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Pero tal comercio tiene algo de trabajo, y exige recorrer ciertas calles, instalarse en las puertas de los cafés, consagrarse al negocio con cierta formalidad. Eran niños, necesitaban juego como el pez necesita agua, y así por las tardes se iban al río a recoger matacandiles.

La imaginación no puede concebir un marco más siniestro para el drama de la muerte: un camastro en una choza; ni eso siquiera, un montón de trapos sórdidos en una cabaña abandonada, podrida y agrietada, en la que, por lástima, se ha dejado instalarse a aquella desgraciada con sus crías, abortos demacrados, medio desnudos, sucios, enmarañados y rabiosos como animales hambrientos que se disputan un hueso.

En el mismo lugar donde él había reinado hasta entonces como señor iba a instalarse una extraña, y su situación, en su propia casa, iba a depender de la generosidad y de la condescendencia de aquella mujer. Las muestras de cariño que por adelantado le daba tan familiarmente la hija del molinero no lograron calmarlo ni hacerle olvidar su despecho.

Después de una existencia de aventuras, había acabado por instalarse en el Sur de los Estados Unidos, junto á la frontera de Méjico, y de pronto se encontró mucho más rico que su hermano mayor, al casarse con una heredera del país. Su esposa era mejicana. Poseía famosas minas de plata tierra adentro y extensas llanuras en la frontera.

Lo importante era instalarse en ella, ¡y que se atreviese alguien á tocar lo suyo!... El senador miró con asombro á este burgués enfurecido por el sentimiento de la posesión. Se acordó de los mercaderes árabes, humildes y pacíficos ordinariamente, que pelean y mueren como fieras cuando los beduínos ladrones quieren apoderarse de sus géneros.

No acertaremos a explicar con qué arte diabólico Tiburcio había averiguado que al anochecer del día anterior dos gentiles damas, conocidas suyas, habían llegado a Cintra muy recatadamente, y habían ido a instalarse en una hermosa casa de campo que allí poseían los señores Adorno y Salvago.

La naturaleza violentada, pero no sometida del todo, retoñaba en lagrimillas resinosas por puertas y ventanas. No por qué me pareció que instalarse allí, debía asemejarse a pasar un día de campo perpetuo.

En estas épocas de la vida sufre el organismo cambios constitucionales importantes; las moléculas de la economía están, por decirlo así, en estado de reconstitucion, y como en estas afecciones, climatéricas tambien, es decir, de una aclimatacion como la que los habitantes de un país muy septentrional sufren generalmente al poco tiempo de instalarse en otro muy meridional; afecciones intertropicales, fiebres graves, fiebres siempre largas, siempre de tipos nerviosos y mas ó menos intermitentes ó remitentes, durante las que cada parte del cuerpo, cada aparato es afectado y modificado, y que en el curso de las mismas sufre la nutricion los mas profundos ataques, y cuyo objeto evidente es volver la constitucion de la persona enferma á un estado orgánico mas en relacion con las nuevas influencias del sol y del clima, y mas análogo á la constitucion de los naturales del país ó de los que ya le habitan hace mucho tiempo.

Cuando llegó á París, tenía veinte años, y fué á instalarse en casa de su anciana tía, Mme. Montansier, mercera de la calle San Roque. La futura actriz era entonces una muchacha menudita, pizpireta, gran conversadora, diabólica de puro insinuante.

Y en ninguna parte se lleva mejor el luto que en el campo. Accedió Adolfo, y fue a instalarse con sus dos hermanas en una modesta casa-quinta del pueblo donde debía desempeñar su nuevo cargo. Ignacio no los acompañaba porque, siendo alférez, vivía en el cuartel su vida militar. Hizo Laura prodigios con el poco dinero que llevaran y con el escaso sueldo de su hermano.