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Quedó solo al fin. El corazón no le cabía en el pecho. Permaneció un instante inmóvil contemplando la puerta, por donde acababa de desaparecer, la última, su gentil Carlota. Y bajando de pronto desde las nubes de oro y rosa donde se mecía a esta tierra prosaica, se dirigió a la mesa del rincón, donde sólo se hallaba ya Adolfo Moreno. El salto no podía ser mayor.

Amén de esto, en 1902, don Adolfo Bonilla y San Martín daba a la estampa en la Revista de Aragón diversas poesías de Luis Vélez, las más de ellas inéditas hasta entonces, y de las cuales hay especialmente cuatro las cuatro primeras llenas de indicaciones muy interesantes para la vida de su autor, razón por la cual en 1908 las reproduje anotadas, con otra inédita, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.

No obstante, como veía claro que Miguel no aprobaba su conducta y su propia conciencia tampoco, se esforzó en demostrar que Adolfo era un muchacho aturdido, pero de un fondo excelente; que Maximina era muy susceptible, que no sabía aguantar una broma y tratar a su primo como lo que era... un niño. Por último, allá se fue con él acariciándole y prometiéndole varias cosas para que se calmase.

Tipo bien opuesto tambien al de Adolfo, era el de otro personaje que no quiero bosquejar, para irme directamente á la figura principal de mi cuadro, que tambien se crió al calorcillo del nido: el autor del presente libro, mi querido amigo Campo-Arana.

Tan temprano, y ya me tiene V. arreglado el cuarto. ¡Toma, porque se lo ha mandado mi madre! dijo Adolfo desde un rincón, con deseo de mortificar a su prima; pero ésta contestó muy naturalmente: Es verdad, me lo ha mandado mi tía en cuanto V. salió. ¿Y haces tan prontito lo que te mandan como ella? dijo Miguel encarándose con el chico.

Mario, que admiraba profundamente a Adolfo, se puso colorado e hizo esfuerzos colosales para estarse quieto. ¡Al fin! exclamó a los pocos instantes, viendo aparecer por la puerta a un caballero alto, de figura distinguida, vestido con exquisita elegancia. Pero en vez de manifestarse alegre, como era de esperar, su fisonomía adquirió la misma expresión que si viera un fantasma.

¡Qué hombre tan singular! murmuró Adolfo Moreno. ¡A su edad tener las pasiones tan despiertas! Indudablemente es un caso de anomalía orgánica: el exceso de nutrición se ha prolongado mucho más que en el tipo común. Miguel Rivera le echó una mirada de reojo donde se leían mil cosas irónicas y, poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo: ¡Bien, técnico, bien!

Vázquez no pudo menos de reírse... Entonces me quedan aún tres días de espera para cumplir las dos semanas... ¡Cuánta cosa puede suceder en tres largos días! Y así fue. En el breve plazo de los tres días, mejor dicho, esa misma tarde, sucedió una cosa extraordinaria... Como era de rigor, había resuelto Coca consultar su probable compromiso con Adolfo, el jefe natural de la familia...

Adolfo era realmente un hombre superior, como se verá en el curso de la presente historia. Hablaba poco, reía menos, y el espectáculo de las pasiones humanas no lograba turbar el vuelo elevado de sus pensamientos.

Después de uno de los períodos más activos de su vida y cuando por todos los públicos cultos de Europa circulaba el anuncio de la famosa obra El consulado y el imperio, Luís Adolfo Thiers emprendió un viaje por diferentes naciones, siendo una las que visitó España, viniendo hasta el mediodía, y deteniéndose en Sevilla cerca de una semana. De la estancia de Mr.