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Don Pompeyo iba taciturno. Abrió la puerta de su casa con su llavín; entró sin hacer ruido; y a poco cerraba los ojos, metido en su lecho, por no ver la claridad acusadora que entraba por las rendijas de los balcones cerrados. Aquello de acostarse de día era una revolución que mareaba a Guimarán; dudaba ya si las leyes del mundo seguían siendo las mismas.
Cuando se ha seguido sobre la más elevada de sus mesetas las sinuosidades de un camino severo que se prolonga sobre los flancos del Dole; cuando se llega al fin de ese paseo taciturno en el que, todo lo más, no se ha tenido más compañía que el grito de una vieja águila asustada que se extraña de oír entre aquellas rocas el sonido, olvidado desde hace mucho tiempo, de una voz humana; cuando parece que la tierra va a faltar bajo los pies y que con el brazo extendido se va a tocar el azul solidificado del firmamento, entonces se manifiesta de pronto un espectáculo tan poco vulgar que hace comprender en el mismo instante la necesidad de una voluntad divina en el misterio de la creación.
El sentir que de su voluntad siempre tornadiza, impresionable y débil iban ahora a depender sucesos tan importantes, la suerte de varias personas, le sumía en una especie de pánico taciturno y desesperado.
Sí, Emma pensaba así, sin darse cuenta de lo que hacía: «Antes otro marido». El después que vagamente esperaba y que entreveía, no era el adulterio, era... tal vez la muerte del primer esposo, una segunda boda a que se creía con derecho. El primer marido pareció a los dos años de vivir libre Emma. Fue un americano nada joven, tosco, enfermizo, taciturno, beato.
Apenas desplegaba los labios Madariaga, el alemán movía la cabeza apoyando por adelantado sus palabras. Si decía algo gracioso, su risa era de una escandalosa sonoridad. Con Desnoyers se mostraba taciturno y aplicado, trabajando sin reparar en horas. Apenas le veía entrar en la Administración, saltaba de su asiento irguiéndose con militar rigidez. Todo estaba dispuesto á hacerlo.
La vista del castillo le apenaba profundamente; el aire que respiraba alteraba su salud, y, a no verme sufrir tanto, se hubiese retirado de nuestra morada desde hacía mucho tiempo. Sombrío y taciturno, huía de toda distracción y aun del estudio; entregado a la religión, pasaba día y noche al pie del altar. En los alrededores era tenido por un santo, y hasta mi marido respetaba su virtud.
Ya no se arrastraba por la casa a pasos lentos y cansados, y cuando alguien se le acercaba, ella lo acogía con una sonrisa amistosa. Como su dicha necesitaba desahogarse en afecto, se me acercaba más y más y procuraba penetrar en mi pensamiento taciturno y solitario.
No quería conceder en su espíritu que Juanita fuese una pirujilla, y, no obstante, tenía que dar crédito a sus ojos. Muy triste y muy callado y taciturno estuvo toda aquella noche en la tertulia de su hija.
En una de sus rondas tropezóse el padre Bonnet con Paco Luján, sentado a la turca en uno de los grupos más numerosos; parecióle el niño preocupado y taciturno, y observó ante él su plato vacío, y puesta sobre la servilleta su parte de pan intacta. Uno de sus compañeros denunciólo al punto, gritando: Padre... Luján no come...
Sirviéronle el agua, y sin dar tiempo a que se disolviese el bolado, la bebió a sorbetones, de prisa; sacudió los mojados dedos, limpiándose después con su pañolito. Artegui pagó. Muchas gracias dijo ella mirando a su taciturno acompañante . A gloria me ha sabido. Cuando hay sed.... Muchas gracias, señor don.... ¿cómo se llama usted? Ignacio Artegui pronunció él con visos de extrañeza.