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Una hora después tomaban asiento en torno de la bien servida mesa los tres nobles guerreros y las damas de Duguesclín y Rochefort, alegre y amable esta última y mucho más joven que su dueño y señor; otros dos huéspedes del senescal eran Amaury de Monticourt, de la orden de los Hospitalarios y Otón Reiter, caballero bohemio de gran fama, y también tomaron asiento con sus señores cuatro escuderos franceses, los dos de Morel, Roger y Gualtero y el capellán de la fortaleza.

Un momento después acababa de echarla abajo el gigantesco arquero y los fugitivos entraron por fin en aquel momentáneo refugio. ¡Vos arriba, señora! exclamó el barón indicando á Doña Leonor la escalera de piedra, en tanto que Duguesclín y sus compañeros derribaban malheridos á los cuatro agresores más próximos.

Tal expresión de terror manifestaban sus facciones descompuestas y los ojos desmesuradamente abiertos, que Duguesclín miró rápidamente en torno de la sala, clavó la vista por breves instantes en los tapices que cubrían las paredes y luégo en los anhelantes rostros de sus amigos. Esperaré ese peligro si él no me espera á , dijo.

Yo la requerí de amores allá en la calle de los Apóstoles y le una sortija de oro que me prometió llevar siempre en recuerdo mío. Al despedirnos me dijo que su pensamiento me seguiría en las guerras y que mis peligros serían también los suyos propios.... Pues acabo de verla. ¡Bah! Estás sobreexcitado con las profecías y los espasmos de mi señora Duguesclín y se te antojan los dedos huéspedes.

Porfiada fué la lucha, pero terminó con la retirada del enemigo, no sin que los sitiados tuvieran que deplorar la muerte de Reiter, el caballero bohemio, á quién alcanzó en la cabeza un golpe de maza. Primera etapa, dijo tranquilamente Duguesclín. Parece que por ahora tienen bastante. Y no deja de haber entre esos perros algunos muy valientes y que se baten bien, comentó el señor de Morel.

Entre los caballeros que seguían á Duguesclín podría citaros en este momento una veintena capaces de romper lanzas, sin desventaja, con los más brillantes paladines de Inglaterra. En tanto el pueblo, agobiado con tributos y gabelas, sufre, trabaja y calla, y vive como Dios le da á entender.

Retrocedió ésta con gritos de rabia, uniéronse y adelantáronse los cinco defensores del castillo y no tardó en quedar libre de enemigos el vestíbulo. Tristán se apoderó de los dos últimos y los lanzó escaleras abajo, sobre las cabezas de sus compañeros. ¡No los sigáis! gritó Duguesclín. Si nos separamos estamos perdidos.

Miró fijamente al herido y por fin exclamó con acento que revelaba su profundo regocijo: ¡Bertrán Duguesclín! El mismo que viste y calza, replicó el otro riéndose. Bien hice, á fe mía, en ocultar el rostro allá en Burdeos, pues quien lo ve una vez jamás lo olvida. Yo soy, señor de Morel, y aquí mi mano, que jamás estrechará otras manos inglesas que la vuestra y la de Chandos.

Desde luego hallaremos por Castilla el famoso Duguesclín, que con las mejores lanzas francesas anda al servicio de un príncipe español, Don Enrique de Trastamara, empeñado en ponerlo en el trono, al paso que el monarca legítimo Don Pedro, hermano del pretendiente, se ha dirigido á nuestro rey Eduardo en demanda de auxilio y creo que el mismísimo Príncipe Negro nos llevará al combate.

Á sus órdenes tiene cincuenta mil soldados castellanos y leoneses, con más doce mil hombres de armas de las compañías francesas que tiene á sueldo, veteranos cuyo valor reconozco. También es un hecho la misión del sin par Bertrán Duguesclín cerca del Duque de Anjou, para atraerlo á la causa de Enrique y volver á España con tercios numerosos reclutados en Bretaña y Picardía.