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A cada lado de estos espejos se colocó un quinqué, sostenido por una peana anaecreóntico, donde se apoyaba el receptáculo; y éste recibía diariamente de las entrañas de una alcuza, que detrás del mostrador había, la substancia necesaria para arder macilento, humeante, triste y hediondo hasta más de media noche, hora en que su luz, cansada de alumbrar, vacilaba á un lado y otro como quien dice no, y se extinguía, dejando que salvaran la patria á obscuras los apóstoles de la libertad.

Y a la salida del túnel, el enamorado esposo, después de estrujarla con un abrazo algo teatral y de haber mezclado el restallido de sus besos al mugir de la máquina humeante, gritaba: «¿Qué puedo yo ocultar a esta mona golosa?... Te como; mira que te como. ¡Curiosona, fisgona, feúcha! ¿ quieres saber? Pues te lo voy a contar, para que me quieras más». ¿Más? ¡Qué gracia! Eso que es difícil.

En los domingos y fiestas de santos valencianos, que eran los primeros del cielo para el tío Caragòl San Vicente Mártir, San Vicente Ferrer, la Virgen de los Desamparados y el Cristo del Grao , aparecía la humeante paella, vasto redondel de arroz, sobre cuya arena de hinchados granos yacían despedazadas varias aves.

Cuando regresaron, ella desalentada y pesarosa, él tieso y humeante, D.ª Laura recibió a su digno esposo con endemoniado gesto, y le dijo: «Quita allá; vicioso... Ya tenemos la chimenea encendida. ¡Contenta me tienes! , con mirarte al espejo y chupar el maldito coracero, crees que no hace falta nada más. Mejor trabajaras...». Capítulo VIII Don José y su familia

Creo aún ver aquel magnífico comedor, de anchas losas, paramentos de encina, la sopa de peces humeante en medio, la puerta completamente abierta al blanco terrado, y los resplandores del Poniente que lo inundaban de luz... Allí me aguardaban siempre, para sentarse a la mesa, los torreros.

Pero había que repetir la frase sacramental, las excusas de rúbrica, y mientras todos aseguraban que no tenían sed y preguntaban con enfado a los dueños de la casa por qué se molestaban, la lengua, seca por el calor, parecía pegarse al paladar, y los ojos se iban tras las tazas de filete dorado que contenían el humeante chocolate, las anchas copas azules, sobre las cuales erguían los sorbetes sus torcidas monteras rojas o amarillas, y las maqueadas bandejas cubiertas de dulces.

Al verle en la cama se aproximaba a él con el vaso de leche humeante, se lo hacía beber con mimos maternales, le arreglaba el embozo del lecho y cerraba cuidadosamente ventanas y puertas para que no le molestase un rayo de luz. ¡Esas noches en la catedral! exclamaba la compañera con expresión de lamento . Te estás matando, Gabriel: eso no es para ti. El padre dice lo mismo.

Sirvieron en seguida el chocolate humeante y espumoso, y mientras don Manuel lo tomaba a sorbos, con esfuerzo, el cura y el maestro lo saboreaban con deleite, mojando en los delicados pocillos hasta el último bizcocho y la última rebanada de pan rustrido.

Y Batiste seguía pensando en su campo, sentado ante la mesilla enana, rodeado de toda su familia menuda, que á la luz del candil miraba con avaricia una cazuela humeante de bacalao con patatas. La mujer todavía suspiraba pensando en la multa, y establecía sin duda comparaciones entre la cantidad fabulosa que iban á arrancarle y el desahogo con que toda la familia movía sus mandíbulas.

Y la majada muere en la llanura, Víctima de su union y su ternura! ¡Ay! no se en el herial humeante Sino el rebaño unido y espirante, Y un pastor que entre ruinas se lamenta Cuando los muertos de su campo cuenta! Así arrastra su cruz en este mundo El promotor de todo bien fecundo: Que no alcanzamos nunca un adelanto Que no reguemos con amargo llanto.