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Las facciones de Eraso, que operaban por aquella parte, le impidieron la marcha muchas veces, deteniéndole días y más días, a veces no sin riesgo de su vida; pero al fin, a principios de Mayo vio las casas de Elizondo. Hallábase en tierra carlista, absolutamente dominada por las facciones.

Era un hombre de mal gusto. La vieja se acercó al extranjero y a Martín y entabló conversación con ellos. Era una mujer pequeña, de ojos vivos y tez tostada. ¿Usted será carlista? ¿Eh? le preguntó el extranjero. Ya lo creo. En Estella todos somos carlistas y tenemos la seguridad de que vendrá don Carlos con ayuda de Dios. , es muy probable.

Había venido desde Caspe llevando prisionero a un brigadier valenciano carlista a que conpareciera ante el Estado Mayor de don Carlos, y contaba su expedición de tal manera que hacía morirse de risa a todos.

Toda la parte religiosa del programa carlista la descartaba, quedándose tan sólo con la política, porque ya había visto prácticamente que los curas lo echan todo a perder. Decía que su ideal era un gobierno de leña, que hiciera las leyes y nos las aplicara sin contemplaciones, mirando siempre a la justicia, con una tranca muy grande y siempre alzada en la mano.

En el otro barrio están mejor que aquí.... Pero no se trata ahora de fusilar: ellos lo harán cuando nos cojan debajo. Total, que les hemos traído codo con codo, y el bribón de Campos es tan cobarde que se echó a llorar, y sin que nadie se lo preguntara nos reveló todo el diebus ille de la junta carlista de Madrid, citando nombres uno por uno.

«No basta ser bueno decía para gobernar una diócesis. Ni los poetas sirven para ministros, ni los místicos para Obispos». Esta opinión era la más corriente entre el clero del Obispado. Los señores de la junta carlista creían lo mismo. ¡Jamás habían podido contar para nada con el Obispo! ¿Qué resultaba de aquella excesiva piedad?

En efecto, compró mucho hierro; pero el principal móvil de mi viaje fue saber de la propia boca, de ese señor novio tuyo... démosle este nombre... saber de su propia boca si era verdad que se había hecho carlista. ¡Qué asquerosa calumnia! exclamó Sola con ardor, confundiendo con una frase a los inventores de tan maligno despropósito.

¿Pues no decía usted gritó un día el Gobernador con vehementes impulsos de mandar al infierno al gran secretario que la elección no sería muy costosa; que los adversarios no podían gastar nada; que la Junta carlista de Orense no soltaba un céntimo; que la casa de los Pazos no soltaba un céntimo tampoco, porque a pesar de sus buenas rentas está siempre a la quinta pregunta? El marqués de Ulloa....

Era vascongado, emigrado carlista, hombre de grande energía, de muchos ánimos: internáronle en Francia, viose pobre y solo, trabajó como se había batido... como un león, hasta llegar a poder establecer una vasta agencia de comercio, enriquecerse, adquirir en París casa propia, y casarse con mi madre, que es de una familia distinguida de Bretaña, legitimista también.

¡Abur, amigo! gritó al verle caer y redoblando sus esfuerzos, llegó al reducto entre los primeros que lo asaltaron. El carlista estaba tendido encima de un montón de alforjas. Sin duda se arrastró hasta allí para morir.