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Actualizado: 8 de junio de 2025


Precisamente Nicolás fue quien metió a Juan Pablo por el aro carlista, prometiéndole villas y castillos. Habíale dado recomendaciones para elevadas personas del Cuartel Real y para unos clérigos de caballería que residían en Bayona. Pero nada, como digo, se habló en la mesa.

Al día siguiente, D. Benigno dijo a su amiga con mucho misterio: Es preciso mandar a su casa a este subdiácono. Es un espía carlista.... ¡Barástolis! tan bueno es Juan como Pedro, y entre las chaquetas de los desalmados y las sotanas de estas culebrillas no se sabe qué escoger. Dicho y hecho.

Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista y llevaba sobre su conciencia una cabeza partida hasta la mandíbula en un duelo durante la campaña contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este muchacho de once años se mantenía firme durante la lección de esgrima, evitando sus duros golpes y devolviéndoselos con éxito al menor descuido.

El capitán que hacía de fiscal les fue tomando declaración con los documentos justificativos de la delincuencia a la vista. Los individuos de la junta carlista de Nieva fueron deponiendo como mejor les convenía, negando la mayor parte de los hechos, afirmando sagazmente otros y haciendo, en fin, todo lo posible para salir absueltos.

Digamos que, a pesar de esto, era mozo de gentil disposición y rostro. Su padre, el señor José María el Perinolo, antiguo y clásico zapatero de la villa, era uno de aquellos viejos artesanos que a mediados del siglo gastaban chaqueta y sombrero de copa alta. Carlista fanático, miembro de todas las cofradías religiosas.

En vano un espíritu fuerte, como Juanita, se esfuerza en romper los nudos de la tutela estúpida con que se la quiere oprimir. Tendrá que dejarte, y se casará con ese alcornoque, á quien los clérigos y beatas que pululan en aquella casa, elogian sin cesar, encomiando sus virtudes, su religiosidad, su grande amor á la causa carlista y sus inmensos ganados.

Aquel tipo miserable y siniestro era fanático, violento y cobarde, se recreaba contando sus fechorías, manifestaba crueldad bastante para disimular su cobardía, tosquedad para darla como franqueza y ruindad para darle el carácter de habilidad. Tenía la doble bestialidad de ser fanático y de ser carlista.

Allí brillaba espléndidamente esa fraternidad española en cuyo seno se dan mano de amigo el carlista y el republicano, el progresista de cabeza dura y el moderado implacable.

Defendía la conducta del cabecilla asesino Rosas Samaniego, que estaba entonces preso en Estella, y le parecía poca cosa el echar a los hombres por la sima de Igusquiza, tratándose de liberales y de hombres que blasfemaban de su Dios y de su religión. Contó el tal viejo varias historias de la guerra carlista anterior. Una de ellas era verdaderamente odiosa y cobarde.

Al terminar la segunda guerra carlista, un español se vió para siempre lejos de su patria, en la pobreza y la obscuridad del vencido.

Palabra del Dia

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