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Actualizado: 8 de julio de 2025
De estas cosas se reía Salvador, y para captarse su voluntad y amansar un poco su arisco genio, hasta ideó afectar simpatías por el Infante y la apostólica insurrección. Una mañana le llevó la noticia que circulaba por la ciudad, dando motivo a infinitos comentarios. Zumalacárregui se había pasado al campo carlista.
Tras él entró el energúmeno, pero se contuvo algo al ver la actitud briosa y los centelleantes ojos del ex voluntario carlista, que con su cuerpo hacía parapeto al de la desmayada. Si no se va usted... aulló Miranda tendiendo los puños.
Decía el teniente aragonés que los vascongados eran tan torpes, que un capitán carlista, para enseñarles a marchar a la derecha y a la izquierda elevaba un manojo de paja en la mano y les decía, por ejemplo: ¡Doble derecha! y en seguida pasaba el manojo a la derecha y decía. ¡Hacia el lado de la paja!
Me acuerdo del abrazo de Vergara, y ¡porra!... No te apures, compadre, que ya nos la pagarán. ¡Ay, ay, ay! mutilá Chapelen gorriá. Y se puso a cantar roncamente el himno carlista; pero interrumpiéndose de pronto: ¡Eh, tío Diego, a cantar! Dejémonos ahora de lágrimas... En efecto, su amigo lloraba en aquel momento lágrimas como avellanas, recordando la traición de Vergara.
Actuaba dentro de la villa una junta carlista, que celebraba sus sesiones con cierto misterio y sostenía relaciones estrechas con la junta central, a la que obedecía, y frecuente correspondencia con el ejército del Pretendiente.
Además, ¿no puede llegar un día en que el mismo elemento carlista que aquí tenemos levante la cabeza? Pues si hubiese ferrocarril, cualquiera que él fuese, nada más fácil que poner aquí en dos horas cuatro o cinco mil hombres... En primer lugar, don Máximo, un ferrocarril militar, como usted mismo confiesa que es el de Miramar, no es el que tenemos derecho a exigir de la Nación.
Más allá sólo había ido, según el tío Ventolera, cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que había construido en la costa de Ibiza la ermita de los Cubells. Era un hombre duro y atrevido continuó el viejo . Dicen que puso una cruz en lo más alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos vientos.
El sargento se acercó al grupo y, encarándose con uno de ellos, dijo: Mi general. ¿Qué hay? Este paisano, que trae unas cartas para el general en jefe. Martín se acercó y entregó los sobres. El general carlista se arrimó a un farol y los abrió. Era el general un hombre alto, flaco, de unos cincuenta años, de barba negra, con el brazo en cabestrillo.
Si ellos hablaban de las cosechas, del crudo invierno y entremezclaban donosos cuentos en su coloquio, a él no le sacaba nadie de la guerra, del empuje carlista y de la necesidad de que un jefe militar de prestigio y valor se pusiese al frente de las partidas navarras para organizarlas y hacer con ellas un poderoso ejército reglado.
Un teniente que apareció en la carretera, preguntó: ¿Qué hay, sargento? Traemos prisioneros a un general carlista y a dos monjas. Martín se preguntó por qué le llamaba el sargento general carlista; pero, al ver que el teniente le saludaba, comprendió que el uniforme, cogido por él en Estella, era de un general. CÓMO LLEGARON A LOGRO
Palabra del Dia
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