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A la vuelta de cincuenta, de sesenta o de cien años, este idioma gallego llegaría, lógica y fatalmente, a confundirse con el castellano. El gallego evolucionaría siguiendo su curso natural. ¿Y el castellano? preguntará alguien. El castellano no evolucionaría nada, porque ahí están los académicos para impedir que evolucione.

Y ¿cómo Simón se nos preguntará estaba al tanto de esos ascensos y de esas evoluciones de su antiguo jefe, viviendo en aquel humildísimo rincón? Para responder a esta pregunta, hay que poner de manifiesto algo que Simón no mostraba a sus convecinos; y como yo había de denunciárselo al lector más tarde o más temprano, lo haré en este momento, y eso tendremos adelantado.

Dada la disposición de aquellas casas, con sus grandes patios, con sus galerías altas abiertas, sin puertas de cristales; ¿cómo se defenderían del frío nuestros antepasados, preguntará alguien? Pues en nuestro concepto con grandes braseros de azofar, de cobre ó de plata y con enormes chimeneas, en cuyos hogares ardían cargas de leña.

Estupiñá se aburría algunas veces por más que no lo declarase, y le gustaba que alguna beata rezagada o beato sobón le preguntara por la misa: «¿Se alcanza esta?». Estupiñá respondía que o que no de la manera más cortés, añadiendo siempre en el caso negativo algo que consolara al interrogador: «Pero esté usted tranquilo; va a salir en seguida la del padre Quesada, que es una pólvora...». Lo que él quería era ver si saltaba conversación.

Con todo, si se me preguntara qué costa del Océano produce mayor impresión, contestaría: la de Bretaña, particularmente junto á los agrestes á la par que sublimes promontorios de granito que terminan el mundo antiguo, en aquella atrevida punta que desafía las tempestades y domina el Atlántico.

Jamás he sentido tanto pesar en dejar un sitio. No vaya usted a creer que es a causa de las diversiones de la playa; es usted, exclusivamente usted quien me retiene. De estos días pasados a su lado conservo tal impresión de encanto que no quiero salir de Etretat sin que usted me autorice a verla en París lo más pronto posible. La señora de Chanzelles ¿querrá recibirme? ¿se lo preguntará usted?

Padres que leais este libro, antes que á un colegio, antes que á esas escuelas, en donde pagais tanto dinero para que os desnaturalicen vuestras hijas, enviadlas á una aldea. En una aldea serán ignorantes: en el colegio son ignorantes, impacientes, mal habituadas y locas. Si yo tuviese un hijo y me preguntara: ¿qué cualidad es la primera que debo buscar en la mujer, que haya de ser mi esposa?

No hablando ninguno de estos autores más inmediatos á Colón, de fórmulas, se preguntará cómo se hacían las marcaciones á la estrella polar y al sol, que el Almirante menciona en el diario. Se hacían rudimentariamente: puesta la vista en el objeto, se describía con la mano de canto un arco de círculo vertical, repitiendo la operación cuantas veces se creía necesaria.

Ahora me dije, él se le acercará, le tomará la mano y la mirará por largo rato en los ojos. ¿Me amas siempre? le preguntará, y ella, ruborizándose, con una mirada húmeda, se dejará caer sobre su pecho. Cerré los ojos y suspiré.

Si yo la preguntara quién es esa mujer, ¿qué me contestaría usted? La rusa respondió con firmeza, fijando sus ojos en los del juez. Soy yo. ¡Ah! ¿confiesa usted? exclamó Ferpierre. ¡El otro día se ofendía usted de mis sospechas!... ¡Bien! Ahora dígame: ¿cuándo se efectuó ese cambio de relaciones entre ustedes? Cuando él vino a Zurich. ¿Vino expresamente por usted? No. ¿Por qué entonces?