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Por lo que toca á la provincia de Cavite, si bien se circularon órdenes de llamamiento por escrito firmadas por D. Agustin Rieta, D. Cándido Tirona, y por , Tenientes de las tropas revolucionarias, sin embargo, no había seguridad de que fueran atendidas, ni recibidas siquiera; como en efecto, una de estas órdenes cayó en manos del español D. Fernando Parga, Gobernador Político Militar de la provincia, que dió cuenta al Capitán General Don Ramón Blanco y Erenas quién ordenó á seguida, combatir y atacar á los revolucionarios.

Y las casas del tránsito parecían contemplar el cuadro y entender su asunto, y de unas llovían flores, ramos, coronas, y otras, en menor número, cerradas a piedra y lodo, dijérase que fruncían el ceño y se ponían hurañas y serias al sentir el roce de las olas revolucionarias. Cuando estas llegaron a estrellarse en el baluarte, se esparcieron y derramaron por doquiera.

Las dos regresábamos de Mesnil con intención de llegar hasta París; hubo necesidad de caballos para reforzar el tiro, y a falta de éstos hicimos noche en Chatou, alojándonos en casa de Mme. Duperron, amiga nuestra. Esta interrupción de nuestro viaje fue para nosotras una suerte, porque París bullía entre las agitaciones revolucionarias.

Al parecer, tratábase de secundar el movimiento de las tropas revolucionarias que iban a atacar el palacio de la Reja.

El almirante envió á su Secretario para felicitarme, así como á mi Gobierno, por la animación y actividad que se notaban á favor de la campaña, manifestándome al propio tiempo, que entendía muy próximo el día fijado para empezar el levantamiento, y que debía transferirlo para otro más lejano en el que las tropas revolucionarias estuvieran mejor organizadas.

De allí a poco le tocó uno, y entonces desplegó toda su energía. Había él notado que, por aquel tiempo de amenazas revolucionarias, no parecía a los devotos buen sacerdote el que no se aventuraba algo en el terreno de las alusiones políticas; y como todo era menos tímido, se lanzó a pisarlo, decidido a no resultar menos celoso defensor de la Religión.

Y siendo así, ¿cómo la ciencia revolucionaria que lanza sobre todas las cosas antiguas sus estúpidos desdenes, no había de lanzar también sobre los antepasados sus groseros desprecios?" Un principio de disolución de la familia es el ataque que se dirige por las escuelas revolucionarias a la propiedad.

De su propio seno habían de surgir sus destructores: un proletariado inculto, hambriento, esclavo de la miseria, atormentado por el trabajo continuo, y ofendido por el desprecio, había de levantarse lleno de ira y acabar con todo. Las abultadas noticias de las recientes luchas revolucionarias, promovidas por el socialismo, corroboraban a Pedro Lobo en su opinión.

Hacía diez años que había sido trasladado al distrito minero desde un pueblecillo de Álava, y afirmaba que la mejor tierra del mundo era la de las Encartaciones. «Paz, mucha paz; para todos hay vida en el mundo.» Y en santa paz vivía, siendo gran amigo de Aresti, y tomando á broma las doctrinas revolucionarias que el doctor, por aburrimiento, exponía á los ricos de Gallarta después de sus famosas cenas.

No fue así; sus escrúpulos le impidieron violar las intenciones de mi abuelo, a pesar de ser recientes las leyes revolucionarias que suprimían los mayorazgos. Estas leyes las encontraba muy justas, pero a su entender, violaban la autoridad paterna y le parecía faltar a un deber de conciencia pidiendo el cumplimiento de esta ley contra su hermano mayor.