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Rorró; así me decía ya, sin que este nombre cariñoso llamara la atención de mi tía. ¡Rorró, deje usted el libro y ayúdeme! Se trataba de separar los pétalos uno a uno, sin estropearlos, con la punta de un alfiler, para que la tela no perdiese el barniz que traía de la fábrica y sacaran las flores un brillo natural.

La alcancé cuando llegaba a la puerta del saloncito que le servía de tocador en el cual acostumbraba pasar el día. Ayúdeme usted a plegar mi chal me dijo. Tenía el alma y los ojos en otra parte. La ancha tela multicolor estaba entre nosotros plegada en el sentido de su longitud y ya no formaba más que una banda estrecha de la cual cada uno sosteníamos un extremo.

Cuando menos, es muy de recelar que, si no usted, porque ha nacido aquí y lo conoce bien y lo ama, pues lo arraigó en su corazón siendo niño, la señorita Nieves, que se halla en muy distinto caso, se aburra a los cuatro días; y en aburriéndose ella, ayúdeme usted a sentir.

Callose luego y ya no llegó a mis oídos nada más que el ruido de las plumas corriendo sobre el papel. Un poco más tarde el alumno a cuyo lado estaba mi puesto, me deslizó hábilmente un papelito; contenía una frase del dictado con estas palabras: «Ayúdeme, si puede; trate de evitarme decir un disparate

sirve usted; y ahora, ayúdeme a pelar estas patatitas. Lo que quieras. ¡Ah!... se me olvidaba. Frasquito toma ... y como está tan delicadillo, hay que traerlo bueno. Del mejor. Iré por él a la China. No te burles. Vas a la tienda, y pides del que llaman mandarín. Y de paso te traes un quesito bueno para postre... , ... eche usted y no se derrame.

Todas lanzan este grito de angustia: «¡Prolóngueme..., devuélvame mi rostro de hace diez años...! ¡Ayúdeme a ser amada...! Mi corazón ha permanecido joven; pero mi cuerpo se aniquila. ¡Dicen que posee usted secretos maravillosos...! ¡Véndamelos...! ¡Pagaré todo lo que sea preciso...» Y yo vendo esperanzas e ilusiones en frascos, en cajitas y en barras. ¡Se lo llevan como pan bendito...!

Ayúdeme usted, no tenga usted mal genio le dijo Martín a la muchacha tomándole la mano y dándole un duro . Me juego la vida en esto. La muchacha guardó el duro en el delantal, y ella misma sacó dos caballos de la cuadra y fué con ellos cantando alegremente: La Virgen del Puy de Estella le dijo a la del Pilar: Si eres aragonesa yo soy navarra y con sal.

Vamos, añadí, aquí se necesita un poco del carácter militar para arreglar este asunto. Vd. que lo ha sido, ayúdeme por su lado. Lo todo; que Vd. adora a esta niña, y da Vd. en ello prueba de que vale mucho. Ella lo ama a Vd. también, y si no que lo digan esas lágrimas que derrama, y esos padecimientos que ha tenido desde que Vd. se fué a servir a la Patria.

¿Entonces, desde su llegada hay que darle plena libertad para abandonarnos? María Teresa fue interrumpida por Diana: ¡Y bien! ¿cuándo acabarán de hablar en ese rincón los dos? ¿Sabes? son ya las diez... ¿No partiremos nunca, tía? Las estoy esperando, hijas mías respondió la señora Aubry. Juan, ayúdeme usted, entonces. Y María Teresa dio al joven su manto blanco incrustado en guipur de Irlanda.

El Magistral no menos dulce, suave y pegajoso, recibía con placer aquel incienso, detrás del cual habría tantas talegas. Señora... con mil amores... si pudiera... pero... tengo que hacer, a las siete he de estar.... Oh, no, no valen disculpas.... Ayúdeme usted, Marquesa, ayúdeme usted a convencer a este pícaro. La Marquesa ayudó, pero fue inútil.