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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Sin embargo, a la salida, tropezó con una dificultad inesperada al abrir la puerta, y después de forcejear un momento en la cerradura inútilmente, miró en torno suyo como esperando quien le sacara del apuro. Pero la camarera irlandesa que le había facilitado la entrada, no se dignó presentarse.
Don Saturno, cortado y sospechando algo del motivo de aquella inesperada oposición, se contentó con inclinarse a lo Magistral y torcer la boca y las cejas de una manera inventada por él mismo frente al espejo. Quería aquello decir que un Bermúdez no disputaba con señoras. Sólo contestó: Señora... yo no profano nada.... El Arte....
Su rostro moreno tomó una palidez de ceniza. «¡Cristo!... ¡la de Nápoles!» El no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de que llegaba como un estorbo fatal, como una calamidad inesperada. ¡Tan bien que marchaban las cosas!... El capitán hizo girar su sillón, despegándose de la mesa, y en dos saltos salió á la cubierta.
¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino viaje era por huir de los enemigos?... Me voy dijo mirando a Pep con hostilidad , pero no sé cuándo.
»Atribulados cuanto sorprendidos los Hermanos de la pobre vida con tan acre é inesperada resolución, acordaron elevar al Papa Benedicto XIII una súplica pidiéndole autorización para erigir una capilla á San Pablo, primer ermitaño; y Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia encargáronse de llevar á Roma la solicitud.
Yo, sobre todo, ¿cómo había de imaginar cosa alguna que igualara á los profundos pensamientos de aquel pozo de ciencia? «Pues verán ustedes prosiguió. Hallándose las cosas como he dicho, de repente... ¡Que novedad! ¡Qué agudísima é inesperada anagnórisis!... Pues es el caso que el muchacho tiene un tío, oidor en Indias.
Los viejos siguieron su paseo, haciendo interminables comentarios e infinitas hipótesis acerca de aquella visita inesperada. María continuó obstinadamente pegada a los cristales del balcón, velada a los ojos de sus amigos por las grandes cortinas de damasco.
Después que discutimos largamente el asunto, sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria, le aconsejé que hiciera un viaje al extranjero con la señora Percival, por unas pocas semanas, para que cambiara de ambiente y se esforzara en olvidar su inesperada desgracia, pero sacudió la cabeza, murmurando: No, prefiero quedarme aquí.
Turbado por la inesperada presencia, no supo qué decir. Ella agradeció con una sonrisa esta confusión, considerándola como un homenaje a su bizarra hermosura, que hacía perder la calma a los hombres más graves. ¡Siempre solito!... volvió a repetir . Usted no quiere ser mi amigo... Le he mirado muchas veces, le he hablado... y nada.
El intendente murmuró algunas palabras confusas, como si no comprendiera bien lo que se le preguntaba. ¡Quiera Dios que me hayan engañado! prosiguió Marta . ¡Oh Mathys, hoy he sabido cosas atroces! Durante toda la tarde he reflexionado en la penosa situación con que me amenaza esa inesperada revelación.
Palabra del Dia
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