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Actualizado: 6 de mayo de 2025


, venga, Muñoz, dejémosla.... Ella es algo enferma, ¿usted no sabe? Y le miraba seria, enrojecidos por las lágrimas sus ojos verdes. Muñoz obedeció. Pero su espíritu se había turbado y le asaltó la antigua sospecha de que Adriana jamás podría quererle. Por primera vez, después de la inesperada confesión de amor en casa de Charito, le intrigó el apuro singular con que se habían llevado las cosas.

A pesar de la fortaleza y sosiego que había mostrado para rechazar las súplicas del P. Gil, su cerebro trabajaba agitado, febril. Aquella visita tan inesperada removió los recuerdos felices y aciagos que se habían depositado en el fondo de su ser, y que ya no le molestaban.

Todos ellos, así como las mujeres, miraron con asombro al dueño del castillo. Era la más inesperada de las apariciones. Cuando tantos huían hacia París, este parisién venía á juntarse con ellos, participando de su suerte. Una sonrisa de afecto, una mirada de simpatía, parecieron atravesar su áspera corteza de rústicos desconfiados.

La inesperada aparición del Gentleman-Montaña había dado una importancia extraordinaria á la traductora de inglés. En unas cuantas horas se había convertido en el personaje más interesante de la República.

Hizo un gesto a los músicos, y éstos, incapaces de desobedecer en nada a la autoridad, acometieron una música más viva y endiabladamente alegre que la de antes. ¡Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanecían inmóviles y enfurruñados, pensando cómo podría acabar esta inesperada presentación.

En seguida respondió: No, la conocí antes. Su padre fué quien me llevó á América. Tragomer se quedó desilusionado. Esperaba que Sorege, bruscamente atacado, tendría miedo, perdería la cabeza y negaría el viaje, ó aparecería, al menos, turbado por aquella pregunta inesperada. Pero su adversario no perdía la cabeza tan fácilmente y jamás se asustaba. Cristián tuvo muy pronto la prueba.

No hace muchos días que la llegada inesperada a Madrid de un extranjero, antiguo amigo mío de colegio, me puso en la obligación de cumplir con los deberes de la hospitalidad. Acaso sin esta circunstancia, nunca hubiese yo solo realizado la observación sobre que gira este artículo.

No me refería yo a esos trámites ni a ese asunto, sino a que el otro, si no cuajaba, se hubiera deshecho aquí por la buena y de común acuerdo, sin la menor alteración en nuestra vida y costumbres. Eso quería yo, y no esta inesperada complicación que lo echa todo patas arriba.

Pero junto con la mano colgaba otro fetiche de oro, de forma tan inesperada, tan inaudita, que Miguel desechó como inverosímil lo que había pasado ante sus ojos en rápida visión. Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. «¡No, no!» Y cerró el bolso con tanta rapidez, que casi le pilló los dedos entre las valvas de plata.

¡Laura... Elena...! exclamó la viuda completamente vuelta en . ¡No llames madre a esa mujer! Ven aquí, sobre mi corazón, querida mía... Pero calló de pronto, por el temor de que una revelación inesperada fuera a causar a su hija una emoción fatal. ¡Oh Marta! ¡Vos aquí! ¡Ahora ya no me puede suceder nada malo! exclamó la joven arrojándose en sus brazos.

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