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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Quiso continuar, pero no pudo; cayó sobre su silla como un saco, y Serafina, orgullosa de aquella oratoria inesperada y de la discreción con que su amante se abstuvo de aludirla, le felicita con un apretón de manos y otro de pies más enérgico.
No, sí, lo pensé; lo pensé muchas veces; pero siempre la ví lejos, ¡muy lejos!... Y ahora venía de pronto, ¡insidiosa, inesperada... cruel... terrible!... El que se muere me decía yo es como un náufrago arrebatado por las olas: lucha por ganar la orilla, todos los que le aman quieren salvarle, y no pueden, y es imposible, todo esfuerzo es inútil... y el infeliz pide socorro... ¡y parece que no le oyen!... ¡Horrible! ¡Horrible!
Es cierto que hay en nuestra alma ciertos fenómenos independientes del libre albedrío; pero tambien es indudable que la presencia de ellos es á veces inesperada y repentina, porque nos son desconocidas las condiciones de organizacion con las cuales se encuentra ligada.
Era evidente que se sentía aterrada por la proximidad del día fatal. "¿Cómo es posible pensó que sólo ahora, tal vez demasiado tarde, se me haya ocurrido llamarle?" No vaciló. Si Julio acudía, su presencia inesperada desarmaría en seguida la voluntad de Adriana, aun en aquellos momentos, cuando apenas faltaban horas para que llegaran los testigos.
«Las tierras de Barret.... Una familia entera.... Iban á trabajar, á vivir en la barraca. Ella lo había visto.» Pimentó, cazador de pájaros con liga, enemigo del trabajo y terror de la contornada, no pudo conservar su gravedad impasible de gran señor ante tan inesperada noticia. ¡Recontracordóns!...
Contó todas las dichas y todos los pesares que le había dado. Todos sus discursos se referían a ella, así como todas sus preguntas: la quería a todo precio y empleó la astucia de una tribu india para descubrir su dirección. La llegada inesperada de aquella ruina viviente fue un serio dolor para Germana y una cruel enseñanza para don Diego.
La guerra tiene igualmente sus cosas buenas... Pero con el deseo de que no se perdiesen las buenas costumbres, anunció que subiría una vez más por la escalera de servicio para llevarse un cesto de botellas... Doña Luisa, después de la marcha de su hermana, iba sola á las iglesias, hasta que de pronto se vió con una compañera inesperada. Mamá, voy con usted...
Yo la he visto, con estos ojos, y le aseguro a usted que si tengo algún pesar, ¡es el de no haberle roto una pierna, para que no baile más por unos cuantos meses! Guardó silencio el capellán, sin saber qué responder a la inesperada revelación de celos feroces. Al fin calculó que se le abría camino para soltar lo que tenía atravesado en la garganta.
En una de estas noches de sincero entusiasmo fué cuando los dos amigos escucharon una noticia inesperada, absurda: «Han matado á Jaurés.» Los grupos la repetían con una extrañeza que parecía sobreponerse al dolor: «¡Asesinado Jaurés! ¿Y por qué?» El buen sentido popular, que busca por instinto una explicación á todo atentado, quedaba en suspenso, sin poder orientarse. ¡Muerto el tribuno precisamente en el momento que más útil podía resultar su palabra de caldeador de muchedumbres!... Argensola pensó inmediatamente en Tchernoff: «¿Qué dirá nuestro vecino?...» Las gentes de orden temían una revolución.
Usted es joven... y de los del día; yo soy un pobre pajarillo de Dios... ¡Ave María Purísima! ¡Mi Cristo y mis libros bajo el mismo techo que los demonios más grandes que se conocen!... Maltrana creyó inútil seguir hablando. El hermano estaba resuelto a separarse, y Maltrana no quiso rogar, ni que el devoto conociese el grave daño que le infería con esta inesperada resolución.
Palabra del Dia
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