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Dos mujeronas, de rodillas a un lado y otro, la una con un vaso de agua y vino, la otra atizándole friegas, le hablaban a gritos: «Vuelva en ... ¿Qué demonios le pasa?... Eso no es más que maulería. ¿No quiere beber más?». Benina, de hinojos, se puso también a gritarle, sacudiéndole: «D. Frasquito de mi alma, ¿qué es eso? Abra los ojos y véame: soy la Nina».

¡Oiga usted, grosero, sucio, cínico, desorejado! rugió D. Peregrín cogiendo por el cuello al contrahecho y sacudiéndole con rabia. Acto continuo le vuelvo a usted, y con estas botas gordas que usted ve aquí le doy a usted dos puntapiés en el trasero. El físico de D. Peregrín no era a propósito para infundir terror pánico en el corazón de sus enemigos.

¿Cómo...? ¿Qué dices? respondió Clara aterrada al ver los ojos de su marido, pero sin comprender todavía. ¡Te pregunto qué es lo que me has echado en el te! gritó con más furor sacudiéndole el brazo y soltándolo después con un movimiento de repulsa que la hizo tambalearse. Clara comprendió al fin y llevándose las manos a los ojos exclamó con espanto: ¡Dios mío, qué horror!

Si te dejase, serías capaz de estarte en la cama hasta las siete de la mañana. Andrés oyó entre sueños el absurdo de su tío y arrugó las narices con espanto. Vamos, muchacho, vamos siguió el cura sacudiéndole, que ya son muy cerca de las seis. ¡Ah, las seis!... ¡las seis! dijo el sobrino restregándose los ojos. , hombre, , las seis... ¿A qué hora te levantabas en Madrid?

¿Qué te pasa, Demetria? Parece que vienes descolorida. Nada me pasa respondió la joven con un acento que demostraba bien claro todo lo contrario. ; algo te pasa. Dímelo, niña. ¿No te he contado yo siempre mis secretos? La tomó de la mano y la miró con ojos escrutadores. Demetria bajó la cabeza y permaneció silenciosa. Vamos, , niña repitió la zagala sacudiéndole la mano. Ya lo sabrás, Telva.

La Serpolette suspendió su charla, frunció las cejas, las levantó, abrió los labios y con la vivacidad de una parisienne dejó á sus admiradores y se lanzó como un torpedo contra nuestro crítico. Tiens, tiens, Toutou! mon lapin! exclamó cogiéndole del brazo al P. Irene y sacudiéndole alegremente mientras hacía vibrar el aire de notas argentinas. Chut, chut! dijo el P. Irene procurando esconderse.

Después, recobrándose súbito, se lanzó sobre el hombre del bastón y sacudiéndole fuertemente por la solapa, le dijo con voz de trueno: ¿Y quién es usted, insolente, para pensar en cosa semejante? Soy el jefe de orden público de la provincia, y le advierto que si usted intenta la menor resistencia, haré uso de la fuerza que traigo.

D. Félix se detuvo repentinamente delante de él y tomándole por la solapa y sacudiéndole le gritó con frenesí: ¿Sabe usted lo que le digo?... ¡Que antes que un hidepu.. de esos ponga un pie en Cerezangos le meto quince balas de plomo en la cabeza! Si algún cetáceo supo alguna vez lo que era el miedo, fué D. Casiano en aquella ocasión. Los hidalgos. Aunque se sentó á la mesa no pudo comer.

Pero vamos a ver... ¡hable usted! profirió el joven exasperado sacudiéndole por el hombro. ¡Cálmese usted, Tristanito! Le aconsejo a usted que tenga calma en estas circunstancias. No hay consejo menos calmante que el de la calma. Tristán, ya fuera de , comenzó a patear con furor, soltando al mismo tiempo una serie de interjecciones bien enérgicas.

¡Jesús del alma!... ¡Virgen de Regla! exclamó la madre; y clavando su mano en el brazo del cura e hincándole los ojos en la cara, le preguntó con los labios blancos: ¿Y se ha confesado?... ¿Sabe usted si se ha confesado? El cura no respondió, y ella volvió a repetir la pregunta, sacudiéndole el brazo.