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Al cabo parándose delante de él le dijo: Siéntese usted, Tristanito, siéntese usted... Voy a hablarle... pero me permitirá que no me siente... No puedo; me encuentro alterado, completamente alterado. ¿Quiere usted una taza de tila? preguntó Tristán sonriendo interiormente de ofrecer tila a aquel monstruo. No, señor, muchas gracias; sólo le pido que me permita estar de pie y dar algunos paseos...

Lo único que hizo fue mirarle durante largo rato fijamente como si tratase de inquirir si efectivamente se hallaba bien de salud o es que le ocultaba alguna secreta dolencia. ¿Conque bien, Tristanito? ¿bien de verdad, eh? Tristán un poco impaciente le aseguró que nada le dolía. Pero disipadas estas dudas parece que renacieron más vivas las referentes a la salud de Clara.

No está en ningún hotel. Vive, según me ha dicho, en casa de su primo el marqués de Henares... Un hermano de éste creo que se casa ahora con la hija de Roda... Ya. ¿Y dónde vive el marqués de Henares? Eso que no puedo decirle, Tristanito. Mañana puede usted averiguarlo en el Congreso, porque es diputado.

Tristán quedó unos momentos pensativo y luego poniéndole una mano sobre el hombro le preguntó: ¿Ha dicho usted una palabra de esto a alguien? La primera persona con quien hablo desde el suceso es usted. Pues bien, le invito, le exijo por el interés de toda la familia que guarde usted absoluto silencio sobre lo que ha visto... o cree haber visto. Lo guardaré, Tristanito, lo guardaré.

¿Quiere usted hablar o no? ¡Maldita sea mi suerte! Allá voy... Ya sabe usted, Tristanito, que a no me gusta pasearme por las calles y que muchos días monto a caballo y me salgo por las afueras. , , ya lo . ¡Adelante! Y que suelo comer donde me pilla... a lo mejor en cualquier taberna... Creo que con eso no ofendo a nadie y que usted no me despreciará, ¿verdad, señor Aldama?

Pero vamos a ver... ¡hable usted! profirió el joven exasperado sacudiéndole por el hombro. ¡Cálmese usted, Tristanito! Le aconsejo a usted que tenga calma en estas circunstancias. No hay consejo menos calmante que el de la calma. Tristán, ya fuera de , comenzó a patear con furor, soltando al mismo tiempo una serie de interjecciones bien enérgicas.

Bueno siguió Barragán viendo que Tristán no decía más . He venido a buscar a aquel amigo que me ha citado aquí y voy a hablar un rato con él. Es maestro cortador de La Confianza, esa gran sastrería de la calle Mayor; un hombre instruidísimo, Tristanito, un verdadero filósofo. Conoce la historia de España al dedillo.

Le dice a usted todos los reyes godos de memoria sin faltar uno, ¡es que sin faltar uno, Tristanito, créalo usted! En Calatayud, que es su pueblo, ha publicado unos artículos contra el celibato eclesiástico que levantaron roncha en el clero. Ahora está escribiendo un folleto contra Moisés, ¡una verdadera hermosura!

A pesar de la absoluta convicción que éste tenía de su honradez no pudo menos de retroceder un paso, dando señales de susto. Usted me perdonará, Tristanito, que le moleste un momento. Tengo que hablarle de algunas cosillas serias. Barragán era el hombre de los diminutivos. Estoy a sus órdenes, amigo Barragán respondió Tristán completamente asegurado... Pero siéntese usted.

En los labios sinuosos del paisano se dibujó una sonrisa feroz y se dirigió hacia el sitio que ocupaba. Pero al pasar cerca de la mesa de los literatos percibió a Tristán y exclamó sonriente y espantoso: ¡Adiós, Tristanito! Hace ya una temporadita que no nos hemos visto. ¿Cómo va esa salud? Por Clarita y el chiquitín no le pregunto porque que están buenos. Nanín me lo ha dicho esta tarde.