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Telva, asombrada, la siguió unos instantes con la vista: luego se encaminó hacia el pueblo atormentada por la curiosidad. Justamente cuando pasaba por delante de la casa del tío Goro salía éste y su esposa acompañando á una señora. Telva se dirigió resueltamente á ellos y los saludó. ¿Han tenido ustedes alguna desgracia, tía Felicia? preguntó viendo á ésta con los ojos hinchados de llorar.

Los mozos avanzan hacia ellas y se los piden para besarlos. Telva y Eladia salían juntas. El bizarro Quino las ve y se encamina hacia ellas. Va á demandar á Telva su escapulario; pero con arranque caprichoso ó tal vez para mostrar su omnipotencia, lo pide á Eladia.

¡Para bastante desgracia, Telva! exclamó la buena mujer rompiendo de nuevo á sollozar. Demetria se nos va... ¿Pues? Felicia guardó silencio. Pero el prudente Goro le habló de esta manera: Las cosas de este mundo, Telva, no están siempre en el mismo ser.

Bajó los ojos y la arruga que cruzaba su frente se hizo más profunda. Mientras en casa del tío Goro se celebraba la conferencia que iba á decidir de su suerte, Demetria caminaba á paso lento hacia la fuente. Antes de llegar tropezó con su íntima amiga Telva, que ya volvía con la herrada llena sobre la cabeza. Algo extraño debió de observar aquella zagala en el rostro de la hija del tío Goro.

Ahora á casa de Telva á vestir el ramo. De Canzana debían salir tres. Eran unos armatostes de palo á modo de jaulas, alrededor de los cuales se colgaba una razonable cantidad de panes, que vendidos luego servían para el culto de la Virgen. Iban adornados con flores y cintas de colores. Sólo mozos muy robustos y remudándose podían soportarlos hasta la iglesia.

Además Martinán, si no con palabras claras, de un modo indirecto había hecho saber á nuestro héroe que si casaba con su sobrina le daría cuatro mil reales en dinero, una pareja de novillas y un prado que poseía camino de Canzana que producía seis ó siete carros de hierba. Quino deseaba saber si uniéndose con Telva podría obtener las mismas ó mayores ventajas.

Don Anselmo sigue un poquito mejor. Felicita palpaba a la sirvienta: ¿Sueño? ¿Eres ? ¿Soy yo de carne? ¿No somos fantasmas? Telva respondía mentalmente: «¿ de carne? Puro hueso, y ya muy duro. ¿Pantasmas? No estás mala pantasmona....» Felicita proseguía: ¿Has hablado? ¿Me figuré oír una voz? ¿Qué me has dicho? Que don Anselmo sigue un poquito mejor.

Felicita lanzó grandes alaridos. Acudió Telva, a medio vestir. De prisa, de prisa, acompáñame. La sirvienta dudó si sujetar por la fuerza a su ama; pero era tal el brillo que fosforecía en los ojos de Felicita, que Telva obedeció. Salieron a la calle. Llovía reciamente. Iban resguardadas bajo un enorme paraguas aldeano, de color violeta. Pero, ¿adonde vamos a estas horas?

Conocía los árboles y tenía de cada uno algún recuerdo. «Al pie de éste hicimos una hoguera Telva, Rosaura y yo y asamos castañas. De este tan alto se cayó Celso el de la tía Basilisa, antes de ir al servicio del rey, y no se hizo daño ninguno... ¡qué susto nos dió!... En ese otro escribió Juanín de Mardana mi nombre... ¡aquí está!»... Tales recuerdos dilataron su corazón.

Telva partía ya, refunfuñando. Telva, no te vayas, no me dejes sola. Tengo miedo. Después de una pausa: Vete, , Telva; vete. Sacaré fuerzas de flaqueza.... No te vayas. Tengo miedo, tengo miedo.... Bueno, ¿qué hago? Como no me parta en dos. Felicita se echó a llorar. Yo qué , yo qué . Párteme en dos a ; deja una parte muerta aquí, y lleva la parte viva contigo.