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Si no estuviese picado con nuestros chicos hace una temporada, ni hubiera pasado lo del Obellayo ni lo de ayer tampoco...¿Te acuerdas, Goro, cuando y yo solos al pie del puente de Arco detuvimos á nueve mozos de Rivota, dando tiempo para que los nuestros pasaran el río y los cogieran por la espalda?

Se hallaban allí también sentados D. César de las Matas de Arbín, su primo, vecino y propietario de Villoria, quien jamás en su larga vida había dejado un año de oir la misa del Carmen en Entralgo, el tío Goro de Canzana, Martinán el tabernero, Regalado el mayordomo y algunos otros vecinos de la misma gravedad aunque no tan señalados.

Nolo sintió latir su corazón con violencia y un rayo de alegría iluminó su semblante. La tía Felicia, sofocada por el llanto, no supo más que exclamar: ¡Cuánto más hermosa estás así!, mi reitana. Pero el tío Goro supo al fin encontrar en lo recóndito de su cerebro una sentencia adecuada. La verdadera hermosura, Felicia, no está en el cuerpo, sino en el alma.

Dirigió una mirada á Canzana y estuvo por subir á despedirse del tío Goro y la tía Felicia, pero llevaba él ciertos proyectos en la cabeza... ¡Quién sabe, quién sabe! Mejor era guardarlos en el corazón. Vadeó el río, siguió hasta la Pola y pasó inadvertido como él deseaba. Entró en la carretera de Langreo y cuando llegó á Sama ya estaba el sol hacía rato sobre el horizonte.

, era el día de la Virgen, el día más esperado del año, el que salía á relucir en todas las conversaciones de los zagales en Entralgo. Para el tío Goro, que frisaba en los cincuenta, no tenía el mismo atractivo. Sin embargo, á pesar de su gravedad y de su ilustración, guardaba aún cierto misterioso encanto que con todo cuidado procuraba disimular.

El tío Goro de Canzana sonríe, da una chupada á la pipa y responde: Era el día de Nuestra Señora de Setiembre. y yo habíamos pasado á Muñera acompañando á unas rapazas. Cuando veníamos ya á casa nos tropezamos en el puente con los de Rivota. Yo te dije: «No corramos, Manuel; los nuestros están cerca; hace poco les gritar». Entonces, uno á cada lado del puente, nos meneamos como pudimos.

Te digo, rapaz, que ni el señor cura ni el señor maestro las dibujarían mejor. Nolo ardía de impaciencia, y aunque admiraba de buena voluntad los progresos caligráficos de su novia, hubiera deseado que el tío Goro no se extasiase tanto con ellos.

Entregó con absoluta indiferencia el fruto de sus amores y juró interiormente no verlo más en la vida. D. Félix, que se hallaba á la sazón en Oviedo, lo recogió y se encargó de llevarlo á criar á la montaña. Pero la casualidad hizo que sus convecinos el tío Goro y Felicia pudieran prohijar aquella desgraciada niña.

Así fué como los de Entralgo lograron el desquite, ganando inmensa gloria. Pero el hijo intrépido del tío Pacho de la Braña no pudo saborearla porque no halló en la romería á Demetria, aunque largo tiempo la buscó por todas partes. Nadie le daba noticia de ella, ni del tío Goro ni de Felicia. Preguntó á Flora y ésta tampoco sabía por qué su amiga dejara de asistir á fiesta tan renombrada.

La tía Felicia en cuanto le saludó subió á la sala y no tardó en bajar con una guitarra entre las manos que le entregó en silencio. Era una guitarra portuguesa con gran lazo colorado que Celso había traído del servicio. La guardaba en casa del tío Goro porque su abuela, la tía Basilisa, tenía amenazado rompérsela en las costillas si alguna vez le encontraba tocándola.