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Instantáneamente se deshizo el juego de bolos. Todos examinan con admiración el grande reloj de plata y su cadena, echando cálculos fantásticos acerca de su valor. Regalado dió orden á Linón de Mardana para que trajera de casa la barra de hierro. No tardó mucho el adusto servidor en presentarse con ella. La gente se separa, dejando espacio libre á los tiradores.

Entonces hubiera sucumbido ciertamente si Tanasio de Entralgo no oyese sus gritos. Se batía éste en retirada al lado del Cojo de Mardana, pero en buen orden y causando grandes estragos en las filas enemigas, cuando llegó á sus oídos las voces de auxilio de su enemigo. «Simón le dijo al Cojo, oigo la voz de Quino. Me parece que está en mucho aprieto allá arriba.

Cuando el grupo de gente de la Pola, en cuyo centro venían el gaitero y el tamborilero, desembocaron en la plazuela, se hallaba ya ésta poblada de hombres, de mujeres y niños, aunque todavía predominasen éstos. Linón de Mardana se dirigió con su tridente á la gran pirámide de árgoma, tomó de ella una razonable cantidad, la colocó en el centro y dió fuego.

Conocía los árboles y tenía de cada uno algún recuerdo. «Al pie de éste hicimos una hoguera Telva, Rosaura y yo y asamos castañas. De este tan alto se cayó Celso el de la tía Basilisa, antes de ir al servicio del rey, y no se hizo daño ninguno... ¡qué susto nos dió!... En ese otro escribió Juanín de Mardana mi nombre... ¡aquí está!»... Tales recuerdos dilataron su corazón.

Ni el coraje indomable de Angelín de Canzana, que después de refrescarse un poco la cabeza con agua había vuelto á la pelea con más ardor que antes, ni el esfuerzo heroico del Cojo de Mardana ni el cayado fulminante de Tanasio de Entralgo fueron bastante á detener el retroceso gradual de los suyos. Sin embargo, allá enmedio del campo, lejos ya de sus amigos, combatía el magnánimo Quino.

Linón de Mardana, uno de los criados del capitán, acababa de traer la última carga de tojo y árgoma. El montón, situado en uno de los ángulos de la plazoleta, era en verdad enorme, imponente. En torno de él saltaba y voceaba un enjambre de chiquillos.