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Todo su vigor y su energía, toda su fuerza vital é intelectual, parecieron abandonarle de una vez, hasta el extremo de que realmente se consumió, se arrugó, y hasta desapareció de la vista de los mortales, como una hierba arrancada de raíz que se seca á los rayos ardientes del sol.

Acaso... repuso el joven sonriendo y ruborizándose levemente. ¿Tendría usted fuerzas para alejarse de ella por una temporada? La frente del enfermo se arrugó, y sus ojos adquirieron expresión fija y dura. No deseo otra cosa. Perfectamente... ¿Y pudiera usted también dejar sus negocios y pasar una larga temporada en el campo, sin hacer absolutamente nada? Creo que . Entonces nos hemos salvado.

Cuando D. Luis vio a Antoñona arrugó el entrecejo, mostró bien en el gesto lo que le contrariaba aquella visita y dijo con tono brusco: ¿A qué vienes aquí? Vete. Vengo a pedirte cuenta de mi niña contestó Antoñona sin turbarse , y no me he de ir hasta que me la des. Enseguida acercó una silla a la mesa y se sentó en frente de D. Luis con aplomo y descaro.

Luego venían los «PROYECTOS en maduracion...» «PROYECTOS presentados...» «PROYECTOS rechazados...» «PROYECTOS aprobados...» «PROYECTOS suspendidos...» Estos últimos cartapacios contenían poca cosa, pero el último menos todavía, el de los «PROYECTOS en ejecucionDon Custodio arrugó la nariz, ¿qué tendrá? Ya se había olvidado de lo que podía haber dentro.

La niña le alargó su blanca y primorosa mano, y el hercúleo mancebo la besó con pasión repetidas veces. Hasta mañana. Ya te daré noticias de lo que ocurra dijo levantándose otra vez. Gonzalo se alejó. A los cuatro pasos se le ocurrió que las noticias tenían que ser referentes al modo como Cecilia recibía la de su desleal conducta, y su frente se arrugó de nuevo con expresión dolorosa.

Es que ha salido el gracioso, como si dijéramos el payaso. El brigadier arrugó el entrecejo. Esta salida inesperada no fué muy de su gusto. El carácter cómico anda de gatas, se pone en cuclillas, de bruces, canta, llora, chilla, gorgea, ladra, maya, ahulla, hace la gallina, hace el gallo....

La de Candore, que no quitaba los ojos de su hijo, notó su visible turbación y su frente se arrugó con un fruncimiento imperceptible. ¿Vas a acompañar a Blanca, hermano? Ciertamente, querida Hermancia. ¿Vienes, pequeña? Blanca presentó la frente a su madre y dijo a Raúl amenazándole con el dedo: A ti no te doy un beso.

¿Qué te importa? respondió la resuelta costurera. Es que si no duerme... ya ves... ¡Cáspita, la cosa es grave! Calla, cobarde; ¡vergüenza había de darte! Voy a hacer ruido por el gusto de verte correr. Pablito la estrechó entre sus brazos y le dió una razonable cantidad de besos. La joven sonreía dichosa. Mas de pronto su frente se arrugó; su fisonomía expresó una gran severidad.

Y en efecto, la querida de Salabert les había echado una mirada penetrante sospechando lo que hablaban, y arrugó el entrecejo: "¡Anda, anda! ¡A buena parte iban con recaditos! ¡Como la picasen un poco era capaz de agarrar por el moño a aquella pánfila y batirla contra la pared!" La Socorro era una rubia linfática, de tez nacarada y ojos claros, un poco romántica y un mucho susceptible.

«Hola, D. Evaristo dijo deteniéndose un instante a estrecharle la mano . ¿Cómo va la salud...? ¿Bien? Me alegro... Conservarse... Muy ocupado... Junta en el despacho del jefe... Abur». Buen pelo echamos, ¿eh?... Sea enhorabuena. Yo tal cual. Adiós. Al quedarse otra vez solo, D. Evaristo arrugó el ceño. Ocurriósele una contrariedad que entorpecería su plan.