United States or Vatican City ? Vote for the TOP Country of the Week !


Con el cigarro en la boca y las riendas sueltas en el cuello del caballo, Raúl se dirigía lentamente a Candore pensando en la fina silueta del joven capitán que había visto en la ventana y que había causado tan linda sonrisa en los labios de miss Darling... ¿Quién podía ser aquel muchacho?

¡Qué diferencia con su primer despertar en Candore! Todo entonces parecía sonreírla; los rayos del sol, el perfume de las flores, el canto de los pájaros, y su alma dilatada se abría a la esperanza. Habían pasado menos de dos años, y en su corazón, como ante sus ojos, el sol se había apagado, las flores se habían marchitado, las canciones se habían callado y la esperanza había muerto.

Porque todos habían sido buenos con aquel extranjero caído sin saber cómo en ese rincón de la Picardía, y el joven tenía que hacer un esfuerzo de memoria para encontrar una cara altanera y fría vislumbrada a veces en la iglesia y detrás de los cristales del coche, la anciana condesa de Candore.

La amaba, y ese amor saldría victorioso de todos los obstáculos, cuya importancia, por otra parte, se exageraba Liette. La amaba, y por la sola potencia de ese amor, se comprometía a convencer a la señora de Candore y a obtener su consentimiento. Pruebe usted murmuró ella vencida.

Esta vez Liette no pudo reprimir una franca carcajada, y respondió besando tiernamente a aquella cabeza a la que las canas no habían llevado la razón: Nadie podría reemplazarte conmigo, querida mamá, y la de Candore menos que otra... No la conoces; es una mujer superior, pero tan convencida de su superioridad, que el común de los mortales no existe para ella.

Pero, desgraciadamente, los anteojos no bastaban para su seguridad, y aquella misma mañana había habido una explicación bastante viva entre la señora de Candore y su hermano a propósito de la institutriz. Te aseguro, querida Hermancia, que no he pensado nunca en hacer la corte a miss Dodson. Calla, calla, Héctor, eres incorregible. Pero... ¿Crees que estoy ciega? Te repito...

La de Candore, que no quitaba los ojos de su hijo, notó su visible turbación y su frente se arrugó con un fruncimiento imperceptible. ¿Vas a acompañar a Blanca, hermano? Ciertamente, querida Hermancia. ¿Vienes, pequeña? Blanca presentó la frente a su madre y dijo a Raúl amenazándole con el dedo: A ti no te doy un beso.

¿Qué significaba todo aquello? Un contrato de matrimonio, evidentemente. ¿Pero con quién? ¿Con el oficial o con el diplomático? Su corazón se columpia entre los dos exclamó el aprendiz acechando desde la ventana la llegada del conde. ¡Silencio! mandó de nuevo el principal. Usted, que es un hombre de peso, ¿cuál es su opinión? Mi opinión es que no la tengo, querido Candore.

Ahí está Barras. Entraba el conde, frío y altanero según su costumbre. El principal se levantó con deferencia para introducirle en el despacho del notario, a quien encontró solo con gran asombro suyo. ¿Dónde diablos se han metido los otros? Puede que en algún armario dijo el joven Candore, que había estado en París y se jactaba de conocer las piezas de Hennequín.

Candore, como un verdadero paladín, iba todas las mañanas a tomar las órdenes de las señoras para el día. El tiempo estaba hermoso y había que aprovecharlo. Era la ocasión de hacer expediciones románticas a La Lucerne y a Chanteloup. ¿Cómo rehusar? Estaba hecho el ofrecimiento con tanta amabilidad y la enferma palmoteaba con tan infantil alegría... Liette no lo pensaba siquiera.