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Actualizado: 11 de julio de 2025
Era víctima de una educación mal dirigida que había tratado ante todo de hacer de él un hombre brillante, pero no un simple hombre honrado en la alta acepción de la palabra. Indulgente, pero firme, la de Candore no vacilaba nunca para hacerle sentir el freno y la brida cuando se trataba de su salud, de su fortuna o de su porvenir, pero sin cuidarse seriamente del lado moral.
Miss Darling, de la que creo que te he hablado en una carta y a quien no esperaba encontrar aquí... ¡Ah! ¿Conoces al personaje que la acompaña? preguntó Carlos a su vez, para ocultar su embarazo. Y Liette respondió sencillamente: Es el conde Raúl de Candore. La familia de Candore no se componía ya más que de Raúl y de su tío...
El joven, a su vez, sufría el duro escozor de los celos y seguía con mirada de envidia a los convidados más felices que iban a Candore en carruajes variados. ¡Qué triste día! ¡Qué lúgubre y largo al lado del anterior, tan corto y tan radiante y que no tenía continuación! ¡Todo se había acabado! Su licencia expiraba dentro de ocho días.
¿Y era, si no es indiscreción?... Liette Raynal. Raúl se mordió los labios. En el estado de ánimo en que se encontraba, aquel nombre sonaba de un modo particularmente desagradable a su oído. Pero no por eso perdió la ocasión de preguntar con maña: ¿La institutriz de mi pobre Blanca? Sí, era una persona de mérito añadió con indiferencia. ¿Qué ha sido de ella? Sigue en Candore.
Habiéndole ofrecido compartir con ella una gran fortuna, ¿podía no llevarle más que una baja medianía? Seguramente, no dudaba que era amado por sí mismo, y acaso la noble joven experimentaría más gozo que tristeza al darle esta prueba de amor y de desinterés; pero él, un caballero, ¿debía aceptar? Por otra parte, jamás la de Candore, cuyos designios había penetrado, aprobaría semejante locura.
Eran Raúl de Candore y nuestra antigua conocida Juana Dodson, cuyos ojos azules desembarazados de los anteojos, se fijaban con amor en el precioso niño dormido en los almohadones y cuya cabecita rubia desaparecía a medias bajo la capota rosa querida de Kate Grenavay. ¡Todavía una hora! exclamó el conde consultando un bonito reloj de caza.
Un año después estaba la joven empleada delante del aparato Morse, que tan rudamente le había martirizado el corazón, y transcribía sin palidecer un telegrama de Roma, donde era entonces Raúl secretario de la embajada, dirigido al señor Neris, retenido en Candore por un ataque de gota. «Mi querido tío: eres abuelo de una hermosa niña.»
Al llegar a Candore, la primera mirada de Eva fue para buscar al capitán. Raúl lo echó de ver, y sintió un sordo resentimiento, pero se contuvo gracias a ese dominio de sí mismo que da la costumbre del mundo, y siguió mostrando la exquisita cortesía que hacía de él un perfecto caballero cuando quería tomarse ese trabajo.
En aquel cuadro de familia, en medio de aquella comodidad mundana que tan bien se armonizaba con su elegancia natural y con su perfecta distinción, nada le recordaba a la modesta empleada y el enamorado estaba bastante entusiasmado para ver en ella la futura condesa de Candore.
Mostraba hacia ella una admiración caballeresca y un interés paternal que se traducían en atenciones delicadas para los que ella quería, como ramos de flores para adornar la modesta tumba de la de Raynal iguales a los del suntuoso mausoleo de la condesa de Candore, y cestas de frutas para Carlos, que comía a boca llena los aterciopelados melocotones de las estufas del castillo.
Palabra del Dia
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