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Sentada detrás de éste y haciendo calceta se hallaba la tabernera, cuyos ojos grandes, negros, aterciopelados, no se apartaban de la puerta explorando tenazmente las tinieblas de la calle. Era una espléndida andaluza de carnes opulentas, blancas, sonrosadas, de negra y ondeada cabellera y expresión grave y melancólica, como la de las mujeres árabes.

Era el día 12 de julio, y acababa de caer una lluvia huracanada: el aire era pesado; dos focas procuraban refrescarse en el fondo del agua, nadando y dando saltos. Al reposarse, fijaron en , inteligentes y simpáticas, sus suaves ojos aterciopelados. La mirada era un poco triste: tanto á ellas como á , nos faltaba el idioma intermedio para comprendernos.

No tenía más que dos defectos: uno de sus aterciopelados ojos, examinado de cerca, se desviaba ligeramente, y manchaba su mejilla izquierda una pequeña cicatriz causada por una gota de vitriolo, felizmente la única de un frasco entero que le había arrojado una celosa rival, con la aviesa intención de desfigurar tan bonito jeme.

Aquellos salones deslumbrantes de luz, saturados de perfumes, henchidos de bellezas cargadas de lujo y de pasiones; el incesante crujir de las telas; el ondular de las colas, arrastradas sobre los aterciopelados tapices; el rumor de las conversaciones, el centelleo de las joyas, los suaves acordes de la invisible orquesta, y el flujo y reflujo de la muchedumbre, verdadero mar de colores y sonidos derramado por aquellos ámbitos esplendentes, ora en impetuoso torbellino agitado por los huracanes de la danza, ora en sosegado vaivén durante los intermedios; toda aquella magnificencia, en suma, toda aquella pomposidad babilónica, ejercía sobre el espíritu cierta impresión de borrachera, que disculpaba, en lo humano, el éxtasis en que el marqués admiraba el espectáculo, la pasión con que la marquesa hacía los honores de él, y la voluptuosidad con que la hija se dejaba mecer sobre el oleaje de aquella tempestad de deleites.

Un día le dije: ¿Sabes que me sorprende que estés tan alegre estos días? ¿Pues? me preguntó, fijando en sus grandes ojos aterciopelados. Porque... yo presumía aquí comencé a vacilar y turbarme que después de una escena tan desagradable como aquella..., teniendo que reñir con tu mamá..., ibas a estar abatida, melancólica...

De en medio de la gradería rota surgían los cilindros aterciopelados del gordolobo, las cúpulas de las campánulas, manojos de arabeta, matas de quelidonia dorada y las mortíferas flores del beleño.

El tinto de Rota, el Jerez y el Pajarete centelleaban en preciosos frascos de cristal cuyas mil facetas reflejaban una luz cambiante y coloreada como los matices del prisma, mientras que los racimos de Sanlúcar, de granos violados y aterciopelados, las brevas de Medina, las granadas de Sevilla, que el sol había abierto, y las naranjas de Málaga, se elevaban en elegantes pirámides en las cestas tejidas con un ligero hilo encarnado, tal como se ven en Esmirna; el mantel, resplandeciente de blancura, estaba atravesado, según la moda oriental, por brillantes dibujos de oro y de seda.

Contemplola largo tiempo, levantó indignada su cabecita, y la desviación de sus ojos aterciopelados se acentuó. Luego volviose, y lanzando una carcajada, despreocupada y resuelta corrió hacia el armario, donde colgaban sus preciosos vestidos, y los inspeccionó con visible excitación.

Al llegar cerca de la estancia quiso descender de su caballo para abrir una «tranquera», armazón de palos que servía de puerta, obstruyendo el camino; pero vió junto á ella un pequeño mestizo, de diez años, gordinflón, con ojos aterciopelados de antílope y una tez lustrosa de color chocolate claro, que le contemplaba sonriente, metiéndose un dedo en la nariz.

Los árboles selectos, bien nutridos, tenían en su mayor parte tonos de felpa verde, intensos y aterciopelados; pero algunos amarilleando ya, se encendían al sol poniente como pirámides de filigrana de oro. Otros eran rojizos, de un rojo teja, que en las partes heridas por el sol se hacía carmín.