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Actualizado: 11 de julio de 2025
Su desprecio por los homenajes se los atraía más que a nadie y una palabra de aprobación o un gesto benévolo tenían más precio viniendo de ella que los más altos favores de las mujeres de moda. El día en que, en el curso de una conversación, declaró al señor de Candore que no le gustaban los jóvenes, el diplomático sintió casi fatuidad por sus cincuenta años.
El organista empleaba pies y manos en sacar sonidos melodiosos de su viejo y rechinante armonium, y el suizo, con su uniforme de gran gala, contemplaba con admiración el altar de madera tallada en el que resplandecían todas las luces y que desaparecía bajo las plantas y las flores raras surtidas por las estufas de Candore.
No soy tan ambiciosa; no me gustan las nulidades, y nada más. Nadie se considera como una nulidad. Candore, en particular, tenía una buena opinión de sí mismo y no retuvo de esta conversación más que la parte halagüeña: La joven americana no temía la madurez.
Porque así hay menos probabilidades de engañarse, pobre amiga mía... Además, según es el hombre se deben juzgar sus actos. ¿No quiere usted al señor de Candore? ¿Raúl? Es un buen muchacho; tiene ingenio... y un poco de corazón, no mucho... ¡Oh! Incapaz de dejarse entusiasmar más de lo que dan de sí las riendas... Y su madre es un buen cochero. Le calumnia usted. No, amiga mía, le excuso.
No hay nada tan desagradable para un tercero, y para un tercero un poco celoso, como la evocación de un pasado en que él no ha tomado parte... y Raúl se quedó muy ofendido... Estábalo también al verse abandonado por otro, y cuando Eva, con su inconsciente crueldad de mujer, le dijo amablemente: «Hoy, señor de Candore, su discípula de usted le devuelve su libertad,» el conde, a pesar de su perfecta corrección, no pudo menos de responder con un dejo de amargura: ¡Plaza a los jóvenes, entonces!... Este caballero asciende por elección.
En una palabra, el señor de Argicourt y el señor de Estry deben de estar en este momento en casa del señor de Candore para pedirle una satisfacción. ¡Oh! Dios mío. Y he tenido miedo, yo, tía Liette, que no soy sin embargo, una mujerzuela y comprendo muy bien que un oficial... En su lugar, hubiera hecho lo que él... Dios protegerá el buen derecho, ¿verdad?
La palabra es fuerte y seguramente impropia... Cuando conozcas mejor las finuras de la lengua francesa... Echarme o despedirme, todo es lo mismo dijo Juana con sorda vehemencia. Pero, en suma, ¿qué ha pasado entre mi madre y tú? La señora de Candore me ha dicho sencillamente que por motivos personales, estaba precisada a privarse de mis servicios. ¡Diablo! exclamó Raúl mordiéndose el bigote.
Esta intemperancia de lenguaje y las marcas de conmiseración que provocaban, no eran del gusto de Liette; pero el respeto filial ahogaba las sublevaciones de su delicadeza y, replegándose más aún en ella misma, oponía una política reserva a todas las insinuaciones y rehusaba sistemáticamente las invitaciones que les proporcionaban las maneras más atrayentes de la viuda, con gran desesperación de ésta, que suspiraba en medio de sus trapos y sacaba los trajes «aún muy presentables» que hubieran acabado de deslumbrar a la buena gente de Candore.
¿Empleada de Correos? Empleada de Correos. Por cierto que he creído ver una figura nueva al pasar por delante de la oficina; un militar... Es su hijo adoptivo... un pariente... el capitán Raynal. El conde de Candore hizo sonar la lengua con expresión de duda. ¿Crees tú en los hijos adoptivos, tío? El anciano respondió con cierto dejo de severidad: Sí, sobrino, como en los hijos abandonados.
Liette, desolada, pensaba ir a Amiens a consultar al doctor Duplan, joven profesor ya famoso en la región y condiscípulo del señor de Candore, pero ante la idea de semejante viaje la enferma ponía el grito en el cielo. Te lo ruego, hija mía, déjame morir en paz repetía en tono doliente: creo que no pido mucho. Lágrimas, razonamientos y súplicas, todo fue inútil.
Palabra del Dia
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