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Esta intemperancia de lenguaje y las marcas de conmiseración que provocaban, no eran del gusto de Liette; pero el respeto filial ahogaba las sublevaciones de su delicadeza y, replegándose más aún en ella misma, oponía una política reserva a todas las insinuaciones y rehusaba sistemáticamente las invitaciones que les proporcionaban las maneras más atrayentes de la viuda, con gran desesperación de ésta, que suspiraba en medio de sus trapos y sacaba los trajes «aún muy presentables» que hubieran acabado de deslumbrar a la buena gente de Candore.

Reina, el señor de Le Maltour, solicita tu mano. Que le aproveche, tío. ¿Te gusta? Al contrario. ¿Por qué? Exponme las razones, pero buenas razones; no como las del otro día que no valían nada. Tampoco vuestros partidos no eran presentables, tío. Vamos al señor P. muy bien... ¡Oh, un hombre de treinta años, casi un patriarca! ¿Y el señor de C.? ¡Un hombre espantoso!

Sin duda, el surtido de ébano se había agotado en aquella parte de África, porque no pudieron traer mas que veinte o treinta negros encadenados. ¡Y qué personal! Viejos, tiñosos, ulcerados: un espectáculo horrible. El doctor Cornelius se encargó de ellos para ver si los dejaba presentables.

Se hablaba recio, se reía más aún, se gesticulaba. Las niñas, sobre todo, parecía que tenían azogue, mostrando sin cesar las dos filas de sus dientes cuando los tenían bonitos o tapándoselos con el abanico cuando no eran presentables. Pero, sobre todo, lo que alborotó el grupo y levantó más tempestad de carcajadas, fué una contestación de León Guzmán.

La esposa de Adán barrió y lavó los pisos de la entrada de la casa, de la cocina y del dormitorio. También puso una colcha nueva sobre la cama y frotó las sillas con arena y jabón. Después inspeccionó el guardarropa de la familia, y al ver que las pieles de cordero de su marido no estaban presentables, le confeccionó en un momento una casaquilla de hojas secas. ¡Para un hombre, bien estaba!

Eran los días de la mamá; iban a tener visitas y había que estar presentables, para que las amigas, en vez de sonreírse compasivamente, se mordieran los labios. Cuando volvieron al tocador y se miraron en la clara luna, su alegría reapareció.