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Actualizado: 11 de junio de 2025
La segunda noticia hará pasar la primera y nos ahorraremos una escena penosa. Sin embargo... si la señora de Candore se negase... Nada es posible contra los hechos consumados. ¿No eres mi mujer? El otro día oí al notario señor Hardoin afirmar que un matrimonio hecho en el extranjero en esas condiciones, es nulo...
Evidentemente, un simple oficial de fortuna no debía pesar en la balanza al lado de un personaje de la importancia del señor de Candore, noble, rico e influyente. Un poco farsante dijo el incorregible empleado. Pero el corazón de las mujeres es un abismo insondable dijo el primer dependiente con aire doctoral, Josefina prefirió Bonaparte a Barras. Y no anduvo descaminada. ¡Silencio!
Vamos a ver, mi prudente amiga, un poco de calma; no perdamos la cabeza sin ton ni son. El señor de Candore ha estado... torpe, por no decir más; ya ve usted si soy indulgente. Si se ha puesto en el caso de avergonzarse delante de usted y delante de Carlos, peor para él; será un castigo merecido. No es eso sólo, aunque sea en extremo penoso; pero temo... ¿Qué? Todo. Carlos está celoso...
Su hermano hizo un gesto de mal humor y, recostándose en su butaca, se abandonó al penetrante encanto de los recuerdos de la juventud, más dulces cuanto más se aleja uno de ellos, mientras la de Candore, entregada a sus averiguaciones, hacía sufrir al cura y al notario un verdadero interrogatorio del que Raúl no perdía palabra sin dejar de hacer rabiar a su hermana.
Y todo se volvían idas y venidas del despacho al Correo, por fortuna próximo, como decía el aprendiz, que de otro modo hubiera estado cocido en obra. Después había empezado el desfile. Primero el señor Darling y su sobrina, que habían tenido una larga conferencia con el notario. Después había sido introducido el capitán Raynal y ahora estaban esperando al señor de Candore.
Pero mientras daba vueltas en sus ocupaciones, no pudo menos de pensar más de una vez en aquel desconocido que era el primero que había saludado su despertar en su nueva existencia. La familia de Candore, cuyos antepasados habían tenido derecho de alta y baja justicia en el territorio de ese nombre, se componía de tres personas: la condesa y sus dos hijos, Blanca y Raúl.
El notario levantó los brazos al cielo con una estupefacción demasiado vehemente para ser fingida. ¡Usted ama al señor de Candore! ¡Usted! ¡Usted! Le amaba como él a mí, más que a mi vida, pero menos que a mi honor, y, lejos de sustraerse a sus juramentos, que yo por otra parte no había ratificado, vea usted la carta que me escribió la víspera de sus esponsales. Lea usted, se lo ruego.
Aquellas facciones infantiles bajo su corona blanca expresaron tal desolación y tal angustia, que Liette olvidó su propio sufrimiento, y cuando la moribunda, con las manos juntas como un niño que pide perdón, balbució tímidamente: ¡Oh! dime, ¿es el consentimiento de la condesa? Liette respondió: Sí. Una hora después la de Raynel moría con la sonrisa en los labios, murmurando: ¡Condesa de Candore!
No te ocultaré, tía Liette, que debo encontrar allí muy buenos camaradas... ¿Y si yo te pidiera que me la sacrificases como querías sacrificarme la otra?... No podría rehusártelo, pero lo sentiría mucho más. ¿Por qué? Apenas conoces al señor de Candore. No es solamente por él, pero sus bosques son, según se dice, muy abundantes en caza y a mí me gusta mucho esta diversión.
Poniendo a mal tiempo buena cara, Raúl aceptó bastante filosóficamente aquel retiro, aunque Candore no le ofrecía gran variedad de diversiones permitidas... o no. La caza, la pesca, la equitación y el whist en familia, a esto se limitaban poco más o menos las primeras; en cuanto a las segundas, cero.
Palabra del Dia
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