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Actualizado: 11 de julio de 2025
Pues... en la de Candore, que me reemplazaría con gusto a tu lado...
De este modo no había ninguna alarma en la de Candore, ninguna desconfianza en la institutriz, y Raúl llegaba pacíficamente a sus fines por caminos de travesía. A principio del verano la salud de la señora de Raynal se alteró sensiblemente.
Las muchachas no interrumpían ya su charla al entrar él para dirigirle miradas de admiración; en cambio las madres le consultaban a menudo sobre sus jóvenes subordinados en busca de novia rica; le trataban como hombre serio, y el mismo embajador le llamaba a la mesa de juego diciéndole: «Venga usted, mi querido Candore; esto es propio de nuestra edad», aunque Su Excelencia no había pasado de los cuarenta...
El señor de Candore sintió que le subía a la cara una oleada de sangre; pero la conciencia de su culpa pudo más que su orgullo herido.
En el fondo de sí misma y por un sentimiento muy femenino, Liette temía y deseaba al mismo tiempo conocer al fin a aquel Raúl del que se hablaba tanto en el pueblo y a quien ella había sólo vislumbrado desde la ventana al despertar por primera vez en Candore. ¿Era simple coincidencia, prudente disimulo o cálculo habilidoso?
Entonces, dando un suspiro, apartó la vista de aquel edificio medio derruido en el cual se estaba representando el último acto del drama íntimo de su vida, y se puso valerosamente a la tarea. «Señores de Candore.» «Señora doña Blanca de Candore.» Estos nombres se presentaban sin cesar ante sus ojos quemados por la fiebre.
La de Candore, seducida por aquel carácter, que no era para desagradarla, la había proclamado una persona perfecta, no completamente linda, pero completamente distinguida. En efecto, la distinción era su marca soberana; al más modesto empleo, a la más humilde función llevaba ese aplomo superior de los que tienen conciencia de no rebajarse nunca.
La clase no se mide por la fortuna, hija mía; es la opinión de todas las personas de corazón y ahí tienes como prueba las delicadas atenciones del señor Neris y la solicitud significativa de su sobrino. Seguramente no te miraban como una vulgar institutriz. La misma señorita de Candore no hubiera podido recibir más respetuosos homenajes. ¿Crees tú?
La verdad era que la presencia de la señora de Candore paralizaba un poco sus veleidades de independencia y no le disgustaba dejar para más adelante una explicación embarazosa, de la que no estaba seguro de salir con los honores de la guerra a pesar de sus fanfarronadas. Así era que veía llegar el fin del mes con menos impaciencia que inquietud. El plazo había ya expirado.
Una tras otra, inspeccionó todas las piezas de la casa, jugando «a los propietarios» como los niños «a las personas mayores» y aprobándolo o criticándolo todo con un aplomo y una convicción de las más graciosas. Tan bien representaba su papel, que se engañaba a sí misma, y si la de Candore se hubiera presentado de pronto casi la hubiera recibido como invitada.
Palabra del Dia
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