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La joven se aproximó aún más y gravemente puso los labios en el blanco rostro de su madre. Si aquel beso tuvo propósito de llegar al corazón, cosa que debe ponerse en duda, se quedó en la mitad del camino. La noble dama no lo sintió llegar. Su frente se arrugó. De sus ojos se borró la expresión de enternecimiento.

Optó al fin por esto último y aguardó. Pronto le divisaron, porque había pocas personas sentadas; la brigadiera arrugó la frente en testimonio de desagrado y pasó sin dirigirle una mirada.

Era una especie de collar formado por diferentes dijes de oro representando idolillos entre escarabajos verdes y azules, y en medio una cabeza de buitre, hecha de una piedra de un jaspe raro, entre dos alas estendidas, símbolo y adorno de las reinas egipcias. Sinang al verlo arrugó la nariz é hizo una mueca de infantil desprecio, y Cpn.

D. Martín, a quien su alma de héroe no le quitaba de tener muchísimas ganas a la herencia del cuñado, cuya salud era endeble, arrugó las narices y murmuró groseramente: Me tiene sin cuidado. No lo creo; no puedo creerlo, D. Martín.

María arrugó imperceptiblemente el ceño, y se volvió a con risueña sorpresa: ¡Pero supongo que no tendría deseo de visitarnos! Aunque el tono de la exclamción no pedía respuesta, María quedó un instante en suspenso, como si la esperara. Vi que Vezzera me devoraba con los ojos. Aunque deba avergonzarme eternamente repuse confieso que hay algo de verdad... ¿No es verdad? se rió ella.

La huérfana gentil cerró sus ojos, Y hasta arrugó su frente iluminada Por mil destellos rojos, Al pensar en su madre idolatrada... ¡Así Rizal llenó de pensamientos Aquella hora de luz y arrobamientos!... Es arte el de decir hondas tristezas, Revestidas de fuego y de bellezas. De Luna e Hidalgo es el cantor sublime.

En el momento que la leyó, la arrugó con cólera entre sus manos. Porque cuando el padre Aliaga estaba solo, era un hombre distinto del que conocían las gentes. Entonces no era humilde, ni su semblante conservaba la inmovilidad glacial que el mundo veía en él. Por el contrario, su frente se levantaba con altivez, ceñuda, pálida, como cargada de tempestades.

Tirso se metió en su cuarto y Leocadia fue a ayudar a su madre; pero el cura salió en seguida otra vez al comedor con la faz demudada, y cogiendo el periódico, lo arrugó con fuerza y, hecho una bola, lo tiró a un rincón. Como el pasillo era muy corto, Leocadia oyó el crujido del papel estrujado y volvió corriendo, a tiempo que su hermano tornaba a encerrarse en su habitación.

Y me contó el episodio del día. ¡Cuando yo decía que es una joven deliciosa! exclamé. Lacante arrugó la nariz y movió maliciosamente la cabeza. , dijo, deliciosa y dócil... Se ha comido animosamente su chuleta... pero... no ha tomado postre. ¿Qué dice usted de esto?... No he querido contrariarla y he hecho como que no lo observaba... Pero lo he visto y comprendido perfectamente.

Violencia tenía que hacerse Sol para no palmotear en el carruaje. Muy feamente arrugó el ceño Lucía una vez que se acercó Juan a la portezuela del lado de Ana, y habló con ella, haciéndola reír, unos minutos: y en cuanto oyó reír a Sol, dejó Lucía su asiento, y se fue ella también a la portezuela. ¡Ea! ¡Ea! ya tocan diana, que es el toque de bienvenida y adiós, los indios habilidosos.