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Actualizado: 8 de junio de 2025
Mas al terminar esta, encontróselo repetidas veces entre los frecuentes apretones del baile, rozándolo siempre con intención muy marcada y sacudiéndole en dos ocasiones. ¡Unos codazos decía la víctima en su capítulo de cargos horrorrosos..., horrorrosos!... Ni más ni menos que si pretendiese averriguarr si sonaba yo a hueco...
El chiquillo, en veinticuatro horas había tomado con ella gran confianza, y se dejaba conducir sin resistencia. Poco después la vimos allá abajo, a la orilla, lavándole con ademanes tan bruscos, sacudiéndole tan vivamente que a todos nos hizo reír. Aunque no se oían sus palabras, notábase de sobra que le seguía increpando duramente. Esto sucedía en sábado.
Mas, apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Quijote, cuando el demonio bailador de las vejigas saltó sobre el rucio, y, sacudiéndole con ellas, el miedo y ruido, más que el dolor de los golpes, le hizo volar por la campaña hacia el lugar donde iban a hacer la fiesta.
Allá voy yo a despabilarte se dijo la señora. Y cayó sobre él, sacudiéndole el brazo y gritándole: ¡Bernardino! ¡Bernardino! Esteven abrió los ojos y vió sobre sí la mole inmensa de su mujer. ¿Qué hay? Retírate, que me sofocas. Si es lo que yo quiero, ahogarte, sofocarte, por mal marido, por pillastrón. ¿Quién es ese hombre? ¿quién es esa rubia? ¡Di, contesta, grandísimo pícaro!
¿Y por qué no me recibirían, dí, por qué? profirió sacudiéndole un brazo y acercando su cara a la de él. ¡Calma, chica, calma! Porque mi hija no puede soportar a su lado una mujer más bonita que ella. Si te presentases en mi casa, todas las miradas se irían tras de ti: serías la verdadera reina del baile.... Ya comprendes que eso no le haría maldita la gracia.
¡Qué mil diablos estás diciendo ahí, muchacho! profirió don Melchor sujetando por el brazo a su sobrino y sacudiéndole. No puedo remediarlo, tío. Estoy enamorado hasta el cogote de su hermana Ventura. ¿Estás en tu juicio o entre dos aguas, rapaz? Hablo en serio... La quiero, y ella me quiere.
Van-Stael se acercó al joven pescador chino y sacudiéndole vigorosamente le dijo apretando los dientes: ¡Canalla! ¿Qué habéis hecho durante nuestra ausencia? ¿No os bastaba con saquear la despensa de los víveres y la de mi camarote, sino que aun queríais que naufragara el buque? No, señor respondió el chino . Ninguno de nosotros ha cortado la cadena. Lo juro por Buddha y Confucio.
«¿Qué trae por acá la señá Benina? le dijo sacudiéndole de firme en los dos hombros . Oí contar que estaba usted en grande, en casa rica... Ya, ya sacará buenas rebañaduras... ¡Y que no tendrá usted mal gato!... Hija, no... De eso hace un siglo. Ahora estamos en baja. ¿Qué? ¿Le va mal? Tirando, tirando. Si sopas, comerlas, y si no, nada... Y el Comadreja, ¿está? ¿Para qué le quiere, señá Benina?
Y el otro, dando entonces rienda suelta a la rabia que le ahogaba, al rencor contra el padre de aquel inocente, fuera ya de su alcance, que por tantos años había fomentado en el fondo del pecho, con la paciencia con que se afila la hoja de un cuchillo, gritó con voz terrible, sacudiéndole con una mano por un brazo, poniéndole el puño cerrado de la otra junto al rostro mismo: ¿Qué quiero?... ¡Matarte es lo que quiero!... Romperte el alma... Tirarte al agua; que uno de los dos no vuelva al colegio...
Vamos, niño, dí, ¿por qué os pegasteis? repitió Demetria sacudiéndole por el brazo con impaciencia. Pepín vaciló todavía algunos instantes: al cabo profirió titubeando: Porque... porque... porque dijo que tú no eras mi hermana... que tú eras del hospicio. Toda la sangre de Demetria fluyó al corazón: quedó pálida como un cirio. No pudo articular palabra.
Palabra del Dia
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