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Los pueblos civilizados, de seguir un pensamiento común, deben adoptar el de la Europa mediterránea, realizando la concepción más pacífica y dulce de la vida que sea posible. Una sonrisa cruel agitó las barbas del ruso. Pero existe la Kultur, que los germanos quieren imponernos y que resulta lo más opuesto á la civilización.

iv Jacinta no tenía ninguna especie de erudición. Había leído muy pocos libros. Era completamente ignorante en cuestiones de geografía artística; y sin embargo, apreciaba la poesía de aquella región costera mediterránea que se desarrolló ante sus ojos al ir de Barcelona a Valencia. Los pueblecitos marinos desfilaban a la izquierda de la vía, colocados entre el mar azul y una vegetación espléndida.

Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterránea ocupada por los infieles. Los mahometanos le temían como al demonio; las moras hacían callar a sus pequeñuelos con la amenaza del comendador Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como único rival digno de su valor.

Kaledine, tal vez por vivir en Nápoles, insistió con predilección en la parte mediterránea comprendida entre la Cerdeña, la Italia del Sur y la Sicilia, ó sea lo que los antiguos habían llamado el mar Tirreno... ¿Conocía el capitán Ferragut las islas poco frecuentadas y casi perdidas enfrente de Sicilia? Yo lo conozco todo afirmó éste con orgullo.

Eran iguales á los palacios de Oriente: obscuras y tristes en los muros exteriores; deslumbrantes en su interior, como un lago de nácar. Algunos recibían nombres terrestres, por la forma especial de su concha: la liebre, el casco, el cuerno de Tritón, el tonel, la sombrilla mediterránea.

Semejante al antiguo Foro de Roma, punto de convergencia de las rutas del mundo entero, este salón atraía á las gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder ir alguna vez á arrostrar una moneda en la gran casa de juego mediterránea. El hombre de otros continentes, al desembarcar en el viejo mundo, inscribía Monte-Carlo en su itinerario de viaje.

Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas para contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los bancos de sus botes, tremolaban las gorras mirando al lejano tren. El inquieto oído de don Marcos adivinó un leve correteo en el piso superior.

Entretenida Jacinta con los comentarios que el otro iba poniendo a la rápida visión de la costa mediterránea, condensaba su ciencia en estas o parecidas expresiones: «¿Y la gente que vive aquí, será feliz o será tan desgraciada como los aldeanos de tierra adentro, que nunca han tenido que ver con el Gran Turco ni con la capitana de D. Juan de Austria?

Es el del Californian, que me da las buenas noches dijo después de uno de estos llamamientos . Va á acostarse. No ocurre novedad. Y el joven hizo un elogio de la navegación mediterránea.

No había isla sin dios particular, sin monstruo, sin cíclope ó sin maga urdidora de artificios. El terror era la primera divinidad de los mares. El hombre, antes de domesticar á los elementos, les tributó el más supersticioso de sus miedos. Un factor material había influido poderosamente en los cambios de la vida mediterránea.