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Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas para contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los bancos de sus botes, tremolaban las gorras mirando al lejano tren. El inquieto oído de don Marcos adivinó un leve correteo en el piso superior.

Las paredes, caldeadas, arrojaban de su seno los parásitos del verano. Las chinches caían del techo, las pulgas saltaban sobre los baldosines. El señor Vicente no podía remover sus pilas de volúmenes sin que saliesen a la desbandada las cucarachas en repugnante correteo. Feli sentía aumentar sus náuseas y su inapetencia con este asqueroso renacimiento que la rodeaba. Apenas comía.

La conversacion rodó luego sobre los ferrocarriles, y fué entónces cuando me interesó mas, probándome el buen sentido de aquellos labriegos. Vamos, ¿y es cosa de quedarse uno pasmao, como cuentan? preguntó uno de los departidores. Ca, hombre! si aquello es lo que hay que ver, respondió el viajero feliz. ¡Qué correteo de máquina, por Cristo! ¿Y asusta el embarcarse? Pues ya!

La soledad tantas veces deseada para su segunda visita le salió al encuentro. La ciudad muerta no tenía otros ruidos que el aleteo de los insectos sobre las plantas, que empezaba á vestir la primavera, y el correteo invisible de los reptiles bajo las capas de hiedra.

Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo á que pertenecían las carnes inmediatas; y en esta pausa de rostros alargados, cejas fruncidas, bocas rígidas y miradas convergentes sonaba, aumentado por un eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la ranura circular del borde de madera, mientras la rosa de colores de la ruleta iba girando como un kaleidoscopio en sentido inverso.

Hablaron un buen rato en la entrada del mercadillo, sin fijarse en miradas maliciosas ni darse cuenta de los rudos encontronazos de la multitud; él la cargaba con el ramo más hermoso que veía, seguíala en su correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompañaba hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos, que consideraban a Juanito como un conocido y se hacían lenguas, especialmente las mujeres, del «gancho» de la costurerilla, una mosquita muerta que había sabido «pescar» un novio rico, según aseguraban los mejor informados de la calle.

A la caída de la tarde iban llegando las mujeres, cansadas de todo un día de correteo por Madrid. Los estómagos vacíos estremecíanse al aproximarse estos mensajeros de la abundancia. Reconocíanlas los gitanos apenas llegaban a la cuesta de las Cambroneras. Por allí vienen la Buchichi y la Pique decían los que jugaban a los bolos, avisando a los maridos.