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Suspiraba, llevábase una mano a la frente, como si le doliese. Mientras tanto, danzaban las parejas en el corro con una algazara loca, chocando unas con otras, empujándose intencionadamente, con encontronazos que casi derribaban a los espectadores, haciéndoles retirar las sillas. Dos mozos comenzaron a insultarse, tirando cada uno del brazo de la misma muchacha.

No veo la causa de que tu marido te sea tan odioso. Podrá no ser simpático; pero no es mala persona. Podrá no ser un Adonis; pero tampoco es el coco. Mujeres hay casadas con hombres infinitamente peores, y viven con ellos; allá tendrán sus encontronazos; pero se arreglan y viven... no seas tonta, que no sabes la ganga que es tener un hombre y una chapa decorosa en el casillero de la sociedad.

¡Ese timón! gritaba Cupido, que no separaba sus ojos de las aguas. ¡Atención Rafaelito! Evita los choques. Y en verdad que el bote era bueno, pues otro, sin sus sólidas maderas y su costillaje de acero, se hubiera abierto en uno de los encontronazos con los sumergidos obstáculos. Daban rápidamente la vuelta a la ciudad. Ya no se veían casas con ventanas iluminadas.

El amor era una cosa hermosa, pero no indispensable en el matrimonio ni en la existencia. Lo importante era escoger una buena compañera para el resto del viaje; acomodarse bien en los asientos de la vida; arreglar el paso de los dos a un mismo ritmo, para que no hubiesen saltos ni encontronazos; dominar los nervios y que la piel no se repeliese en el contacto de la existencia común; poder dormir como buenos camaradas, con mutuo respeto, sin herirse con las rodillas ni meterse los codos en los costillares...

Hablaron un buen rato en la entrada del mercadillo, sin fijarse en miradas maliciosas ni darse cuenta de los rudos encontronazos de la multitud; él la cargaba con el ramo más hermoso que veía, seguíala en su correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompañaba hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos, que consideraban a Juanito como un conocido y se hacían lenguas, especialmente las mujeres, del «gancho» de la costurerilla, una mosquita muerta que había sabido «pescar» un novio rico, según aseguraban los mejor informados de la calle.

Luego, colocándose la garrocha bajo el brazo, la apoyó en un gran poste empotrado en la pared, picando varias veces con gran esfuerzo, como si tuviera al extremo de la lanza un toro corpulento. El pobre jaco temblaba y doblaba las patas con estos encontronazos. No se regüerve mal... dijo Potaje con tono conciliador . El penco es mejó que yo creía.