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Y como si le doliese tener que abandonar la empresa, dijo a Ojeda: Usted podía dedicarse a este negocio. Si quiere, le presto mi camarote para espiar desde él. Fíjese bien... se trata de una princesa. Y seguramente que si es usted el que la busca, ella se dejará ver. Usted es de mejor presencia que yo: más guapo, más elegante.

Como presumía de buen cuerpo y usaba corsé dentro de casa, aquella parte que le faltaba la suplió con una bien construida pelota de algodón en rama. A la vista, después de vestida, ofrecía gallardo conjunto; pero tras de la ropa, sólo la mitad de su seno era de carne; la otra mitad era insensible y bien se le podía clavar un puñal sin que le doliese.

En las puertas de todas las tiendas aparecían las cabezas curiosas de los dependientes, con la misma expresión que si presenciasen el último acto de un drama. Los dueños, de pie en la entrada de sus establecimientos, volvían la espalda a Las Tres Rosas y fruncían el ceño, como si les doliese presenciar aquella catástrofe.

Pero una ojeada á la arboleda, sobre cuyo ramaje asomaban los torreones del castillo, finalizó sus dudas. No, no... «Hay que terminar lo que se empiezaSe presentaban los últimos grupos de dragones saliendo á la carretera por diversos puntos del bosque. Llevaban sus caballos al paso, como si les doliese este retroceso.

Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme. -Eso creo yo muy bien -dijo Sancho-, que esto del morirse los enamorados es cosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo Judas.

Y lo peor era que Cecilia, al negar, no lo hacía con placer, sino con repugnancia, como si le doliese causar disgusto a un amigo. Este sentimiento hería aún más el amor propio del pretendiente. Después que bailaron un vals, sentáronse fatigados en un ángulo del salón. Flores le había cogido el abanico, y la abanicaba respetuosamente. Así quisiera pasarme la vida dijo con acento sincero. ¡Oh!

Y mientras los marineros procedían diligentemente al amarre del buque, continuaban sonando las músicas, los lejanos vivas, y un griterío de saludo cruzábase entre las gentes aglomeradas en las bordas y el negro hormiguero humano. ¿A usted le espera alguien? preguntó Isidro, como si le doliese que ellos dos fuesen los únicos que no tuvieran un amigo en el muelle. Fernando no supo qué contestar.

Suspiraba, llevábase una mano a la frente, como si le doliese. Mientras tanto, danzaban las parejas en el corro con una algazara loca, chocando unas con otras, empujándose intencionadamente, con encontronazos que casi derribaban a los espectadores, haciéndoles retirar las sillas. Dos mozos comenzaron a insultarse, tirando cada uno del brazo de la misma muchacha.

Aresti hablaba con tranquilidad, como si desde mucho antes esperase lo que su primo iba á contarle; seguro de que aquella novela de amor, desarrollada en el ocaso de la madurez, había de tener un desenlace triste. Sánchez Morueta comenzó á hablar con lentitud, como si le doliese, con profundo desgarrón, el remover sus recuerdos.

Pero al verles pasar de largo, mostraron cierta ironía en sus ojos, recobrando la confianza en la superioridad de su casta. ¡Viva la Revolución Social! gritó el Maestrico, como si le doliese pasar silencioso ante el nido de los ricos. Los curiosos desaparecieron, pero al ocultarse reían, causándoles la aclamación gran regocijo. ¡Mientras se contentasen con gritar!...