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Al oír mentar á los jesuítas, Urquiola dió un respingo en su asiento. Ahora se sentía en terreno fuerte: era como si atacasen á su familia. Y miró á las dos mujeres, como invitándolas á que presenciasen el gran vapuleo que iba á dar al impío... ¿Qué tenía que decir de los jesuítas? Eran unos sacerdotes sabios, prudentes y buenos, que se sacrificaban por dirigir á las gentes hacia la virtud. Ellos, siguiendo al glorioso San Ignacio, habían contenido la infernal propaganda de Lutero, atajando la revolución religiosa, prestando á los pueblos latinos la gran merced de evitarles este contagio. Eran el brazo derecho del Papa; los que mantenían en toda su pureza el catolicismo. ¿Y sabios?...

Quiso interesar á las dos extranjeras con un homenaje teatral. Sintió esa necesidad de llamar la atención con algo gallardo y atrevido que agita á todo español lejos de su patria. Con una agilidad de trepador de arboladuras, salvó de un salto la tapia del jardín. Las dos señoras dieron un grito de sorpresa, como si presenciasen algo inaudito.

En las puertas de todas las tiendas aparecían las cabezas curiosas de los dependientes, con la misma expresión que si presenciasen el último acto de un drama. Los dueños, de pie en la entrada de sus establecimientos, volvían la espalda a Las Tres Rosas y fruncían el ceño, como si les doliese presenciar aquella catástrofe.

Ha caído en vuestro cieno por la temeridad de querer remontarse a las alturas con alas postizas». Oyendo estos disparates, Emilia era un mar de lágrimas. Miquis la llevó a un cercano aposento, y en él la encerró con el pobre Riquín, que también lloraba, para que ambos no presenciasen el fin del buen Relimpio, el cual ocurrió media hora más tarde, y fue tranquilo y suave.

Comenzó a dar órdenes a los otros padrinos, que lo seguían como los neófitos siguen al gran sacerdote de un culto nuevo. «¡Que se retirasen los automóviles un poco más allá de la cascada! No convenía que los conductores presenciasen el acto.» Y Maltrana fue obedecido.

Viudo desde muy joven, tenía sus dos hijas bajo la vigilancia de criadas jóvenes, a las que más de una vez sorprendían las pequeñas señoritas abrazadas a papá y tuteándole. La señora de Dupont indignábase al conocer estos escándalos y se llevaba las sobrinas a su casa para que no presenciasen malos ejemplos.