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Entonces el enamorado Egas, con voz entonada y ronquilla, cantó de tal manera con ayuda de vecino: Cuando contemplo en tal hora el blanco envés de tu espalda, y que recoges tu falda para subir tan sonora; don Cupido, o don Demonio, entra a rebato en mi pecho, y grito, un sátiro hecho, yo requiero matrimonio. ....................

¿Cómo aproximarse?... Rafael estuvo tentado aquella misma tarde, paseando sin rumbo por las calles de buscar en su tienda al barbero Cupido. El alegre bohemio era el único de Alcira que entraba en su casa. Pero lo detuvo el miedo a su lengua murmuradora.

La dejaban atrás, se alejaban de ella: tal vez estaba allí la casa tan penosamente buscada. Puede que sea afirmó Cupido. Tal vez hemos pasado cerca sin verla y vamos abajo, hacia el mar... Y aunque no sea la casa azul, ¿qué? Lo importante es que allí hay alguien y vale más eso que errar en la obscuridad. Dame los remos, Rafael. Si no es la casa de doña Pepita, al menos sabremos dónde estamos.

Cupido protestaba. No; para aquella empresa cuanto menos gente mejor; la barca había de estar ligera: él se bastaba para los remos y don Rafael para el timón. ¡Solteu! ¡solteu! ordenó el hijo de doña Bernarda. Y soltando la cuerda los mocetones, la barca, después de algunos cabeceos, partió como una flecha, arrastrada por la corriente.

Antiguos, que á Cupido celebrastes Por Dios de amor, con arco y con saeta, Y niño rapacejo le pintastes, Con venda que la vista bien le aprieta; No dudo sino que nos acordastes Que habia de nacer este Mendieta: Que si es ciego el amor y sin sentido, No teneis que buscar otro Cupido.

Gozaba de libertad para seguir llevando esta vida. A los parroquianos les servían dos mancebos, tan locos como su maestro: dos chicuelos a los que Cupido pagaba con lecciones de guitarra y una comida mejor o peor, según los ingresos repartidos entre los tres fraternalmente.

He sabido por Cupido, que de todo se entera, lo que usted hacía en Madrid. También he figurado entre sus admiradores. ¡Lo que puede la amistad!... Yo no qué será esto; pero tratándose del señor Brull, me trago las mayores mentiras, aun sabiendo que lo son.

Saltó Cupido dentro de la casa y le siguió el joven, esforzándose por mostrar una gallarda soltura. Realmente no se dio cuenta de cómo entró.

Porque en Tucumán el cupido o el sátiro no estaba ocioso. Agrádale una jovencita, la habla y la propone llevarla a San Juan. Imagináos lo que una pobre niña podría contestar a esta deshonrosa proposición hecha por un tigre.

=Cuarto de los primogénitos:= En el jardín que está en este cuarto que llaman de los primogénitos hay una estátua de Venus acostada en cama con un cupidillo en los brazos, todo de marmol pario de siete palmos de largo; á la Venus le faltan las narices y al cupido el brazo izquierdo y no tiene el arco que dice la memoria; esta estátua está sobre una tarima de madera debajo de un corredor de dicho jardín.