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Como únicos rastros de su existencia quedaban los nuraghs de Cerdeña y los talayòts de las Baleares, mesas gigantescas formadas con bloques, altares bárbaros de pedruscos enormes, que recordaban los menhires y los dólmenes celtas de las costas bretonas. Estos pueblos obscuros habían pasado, de isla en isla, desde el fondo del Mediterráneo hasta el estrecho, que es su puerta.

Uno es sastre del rey de Holanda, otro del de Cerdeña; otro manifiesta una medalla del emperador de Prusia ó de Austria; tal almacen se titula proveedor de María Cristina, como he visto en la calle arrabal de San Honorato. Aquí una tienda de gusto chinesco; allí otra de gusto árabe, persa, griego ó ruso.

¿Es cuestión de integridad de nuestro territorio? También sobre esto hay mucho que decir y no poco que distinguir. Harto menguada estaría ya dicha integridad, si la hubieran constituído lo mejor del continente americano, la Sicilia, la Cerdeña, el Portugal con todas sus posesiones, y tantos otros Estados, provincias y países como nos han pertenecido y ya no nos pertenecen.

El atún, cordero juguetón de sus praderas azules, saltaba sobre la superficie ó pasaba en rebaño bajo el lomo de las olas. El hombre le tendía la trampa de sus almadrabas en las costas de España y de Francia, en Cerdeña, el estrecho de Mesina y las aguas del Adriático. Pero esta carnicería apenas aclaraba sus compactos escuadrones.

Era un cono volcánico altísimo que emergía en mitad del estrecho, y á cuyo pie existían lagos alcalinos, humaredas sulfurosas, aguas termales y construcciones prehistóricas de grandes bloques, semejantes á las de Cerdeña y las Baleares. Los buques que iban á Túnez y Trípoli tomaban cargamento de pasas, única exportación de esta antigua colonia fenicia.

Esto hace honor á esos sencillos montañeses tanto como al Gobierno de Cerdeña que hasta 1860 los regia, interesándose sobre todo en favorecer la instruccion primaria y las vias de comunicacion y excursion. Son numerosas é interesantes las excursiones que puede hacer el viajero curioso en Chamonix.

Los terrapleneros hacían montañas de tierra, donde sepultaban los cadáveres: los mexicanos ponían sus templos en la cumbre de unas pirámides muy altas: los peruanos tenían su «chulpa» de piedra que era una torre ancha por arriba, como un puño de bastón: en la isla de Cerdeña hay unos torreones que llaman «nuragh», que nadie sabe de qué pueblo eran; y los egipcios levantaron con piedras enormes sus pirámides, y con el pórfido más duro hicieron sus obeliscos famosos, donde escribían su historia con los signos que llaman «jeroglíficos».

Esta dama pasó todo el tiempo del destierro de los reyes de Cerdeña en Inglaterra, hasta el 1818; tuvo algunas hijas nacidas y educadas en Londres; estas niñas han vivido después de su infancia, como hermanas, con la joven inglesa, su amiguita.

Y apareció al fin, después de mucho revolver, la página 98, llena de sellos reales, y entre uno del último duque de Parma reinante y otro de Fernando de Nápoles, hallaron otra casilla en blanco. Arriba decía: Rey de Cerdeña; debajo: Marqués de Sabadell. Dio entonces Jacobo una puñada en el brazo de la butaca, diciendo con voz sorda: ¡Me has perdido!...

El Duque de Medinaceli activaba ciertamente los alistamientos de gente, junta de navíos, acopio de municiones y raciones, haciendo asientos ó contratas á la vez en Sicilia, Nápoles, Génova, Cerdeña; encontraba, sin embargo, dificultades tan insuperables en las distancias y en las comunicaciones, como en las voluntades, que no se aunan llanamente.