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En vano llamó una vez y otra vez que le trajesen como todos los días: Ancha bandeja con tazón chinesco, Rebosando de hirviente chocolate.

Hay una estación en la cima y también fondas y kioscos de estilo chinesco. El viajero que va en busca de emociones encuentra allí bizcochos, licores y poesías á la salida del sol. Lo que han hecho los americanos en el monte Washington, lo han imitado á escape los suizos en el Righi, en el centro del panorama grandioso de lagos y montañas.

Ve a mi biblioteca y tráeme el libro de Los Reyes contemporáneos y el Almanaque astronómico. Venidos que fueron estos volúmenes, hojeó la Princesa el de Los Reyes, y leyó en alta voz los siguientes renglones: «El mismo día en que murió el Emperador chinesco, su único hijo, que debía heredarle, desapareció de la corte y de todo el imperio.

El que quiera verse seguido de centenares y centenares de personas, vístase de azul, de encarnado, de amarillo, de verde, de blanco y de negro; cúbrase la cabeza con plumas de pavo real, de cuervo, de buitre, aunque sea de gallo ó de gallina; si no hay plumas, póngase la cola de una zorra, ó cosa semejante; toque luego un chinesco, un tambor, una gaita; toque unas trévedes ó un almirez, sino tiene á mano otros instrumentos; toque con fuerza, haga ruido, mueva estrépito, mucho estrépito, alarme las orejas de todo el mundo.... No tengais cuidado, no irá solo.

Don Mariano asintió, inclinándose con galantería y sonrojándose levemente: Mil gracias por considerarme un amigo, aunque un poco paternal... ¡Pues «Coca» llamaré mientras viva a la más bonita niña que he conocido! Al oírle, Coca le amenazó graciosamente con su abanico chinesco...

Las cornetas de la isla del Huevo respondían á continuación, con su alegre llamada á la olla humeante, y por la escalera del hotel ascendía el chinesco estrépito del gong anunciando que el almuerzo estaba servido. Ulises bajó á ocupar su mesa, mirando inútilmente á los otros huéspedes que se habían adelantado.

Los convidados de doña Manuela veían a poca distancia los famosos Silos de Burjasot, gigantesca plataforma de piedra, cuadrada meseta agujereada a trechos por la boca de los profundos depósitos y en la cual hormigueaba un enjambre alegre y ruidoso: corros en que sonaban guitarras, acordeones y castañuelas acompañando alborozados bailes; grupos de gente formal entregada sin rubor a los juegos de la infancia; docenas de muchachos ocupados en dar vuelo a sus cometas con grotescos figurones pintados, que al remontarse moviendo los inquietos rabos hacían el efecto de parches aplicados al azul cutis del infinito y daban al paisaje un aspecto chinesco de abanico o de pañolón de Manila.

El conoce tan bien que se le acecha, que no se atreve á salir de su morada, y muere allí temeroso de la muerte: la voluta, la porcelana, arrastran lentamente sus lindas habitaciones, escondiéndolas cuanto pueden; el casco sólo posee para mover su palacio un piecico chinesco, de suerte que casi renuncia á andar. Tal vida tal habitación.

Al ver en perspectiva el Palacio de cristal, se le tomaría por un palacio chinesco ó un templo de hadas en medio de escombros antediluvianos y mil primores de la Flora moderna, como un punto de alianza entre el mundo primitivo y el contemporáneo.

Las de la Parroquia, graves, solemnes, como un arcediano cuando entona el prefacio en la misa de Corpus; las de San Francisco seriotas, sonando en ritmo circular, rotundo el toque, como en los domingos de cuerda; las de San Juan desafinadas y chillonas; el campanario de la iglesita de San Antonio armaba una algazara sin igual, como en una orquesta platillos y chinesco; en la espadaña del convento de Santa Teresa se volvían locas las campanillas, y el esquilón rajado del Cristo resonaba presumido y vanidoso, a semejanza de un tenor cascado que no quiere retirarse del teatro.