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Como todas las mañanas, el marqués de Torrebianca salió tarde de su dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y periódicos que el ayuda de cámara había dejado sobre la mesa de su biblioteca. Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parecía contento, como si acabase de librarse de un peligro.

E impacientemente, rompió los sellos y sacó una gran hoja de papel escrita con letra muy junta, a la cual estaban ligados con un broche varios otros papeles. También cayó algo más del sobre, que yo recogí, y con gran sorpresa me encontré con que era una instantánea muy gastada y rajada, pero que se conservaba por estar adherida a un pedazo de lienzo.

Lo peor fue que por tanto emperejilarse y tanto ir a casa de su querida, se relajó en la vigilancia y cuidado del despacho, de tal modo, que cuando no le faltaban cajetillas se le concluían los sellos; resultando que empezó por perder la confianza de los parroquianos a quienes escogía puros, y acabó por desacreditar la tienda en pocos meses. Lo que sucedió entonces, fue horrible.

Este, sosegado ya y tranquilo, hallábase arrellanado en la poltrona, al calor del fuego; cuando entró Jacobo, examinaba atentamente, con aire de aficionado, los tres sellos de lacre arrancados a los cartapacios por el masón traidor y olvidados en su azoramiento encima de la mesa. Los papeles estaban a buen recaudo, encerrados bajo llave en la cómoda del fondo.

Mira, Nadir, cuál despliega el insecto hermoso su plumaje de iris para volar hasta ti, llevándote la llave misteriosa que ha de abrir los siete sellos que cierran las puertas de tu torre. Abre, huye, y escapemos juntos de la vileza y podredumbre del mundo de Arismane, y volvamos a la isla de los encantos; parte, vuela....

Embarazado Jacobo al ver en manos del tío Frasquito aquella prueba flagrante de su atentado, no contestaba, y el viejo, volviendo y revolviendo en todas direcciones los dos sellos verdes, preguntaba sin cesar: ¿De quién son?... ¿Te sirven? Jacobo, más y más embarazado, contestó por decir algo: ¿A que no lo aciertas?... ¡Toma! exclamó de repente el tío Frasquito . ¡Ya lo creo!

Rosita se ha distinguido y ha prosperado menos desde que es autónoma; pero tampoco se duerme en las pajas. Sigue con el estanco, y por comprarle tabaco, hasta los que antes no fumaban, ya fuman, y la Tabacalera hace en Villalegre doble o triple negocio. Por comprarle sellos de correo no hay villalegrino que no escriba hoy más cartas de las que solía escribir.

La pobre señora me convidó y yo la convidé; luego volvió a obsequiarme, y yo, por no ser menos, le devolví el obsequio. Total, que en automóviles, refrescos, frutas del país y demás, se me fue el dinero. A lo último me quedaban diez pesetas, y me las gasté en sellos y postales, enviando recuerdos a los amigos y amigas de España. No me queda ni una mota. ¡Limpia por completo!

Desengáñese la previsora jurisprudencia: sin un requisito que les sea peculiar, estos paisanos no dan por terminado ningún negocio, aunque para cumplir con la ley le amortajen en más testimonios y sellos que hay en un archivo de hipotecas.

El tío Frasquito comenzó a hacer sobrehumanos esfuerzos para coordinar sus recuerdos... Seguro, segurísimo estaba de que quince días antes estaban allí los tres sellos; habíale enseñado despacio todo el álbum a otro amateur, el barón de Buenos Aires, y no notó hueco alguno... A los pocos días vino un individuo desconocido, recomendado por su camisero, que quería venderle con mucho empeño tres ejemplares curiosos: entonces hojeó otra vez el álbum... Después no le había tocado.