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Vea al médico... A no me impresionan esas quejas; ya sabe que no soy poetical. Fernando insistió. Le esperaba una noche horrible: no podría dormir. Yo le enviaré con la doncella unos sellos que dan sueño. ¡Oh, si ella quisiera!... ¡Si le permitiese ir detrás de sus pasos al encuentro de la felicidad! No compregndo... no compregndo.

El encuentro de aquel hombre en aquellas circunstancias habíale inspirado un terror muy parecido al que sintió meses antes, al ver vacíos en el álbum del tío Frasquito los huecos ocupados en otro tiempo por los tres sellos. ¿Qué vendría a buscar aquel pajarraco en la corte? ¿Tendría que ver algo su venida con el asunto de los masones? ¿Habría acaso en todo aquello algo más que una estúpida broma?

El sota editor se había puesto muy serio; a la chica un sudor se le iba y otro se le venía; de pronto, en un momento en que ella alzaba con cierta coquetería una mano para retocarse el peinado, dijo el hombre: Vamos a ver: ¿le parece a usted que se han hecho esos dedos para pegar sellos y contar calderilla?

Era muy decidido partidario de las instituciones vigentes. Se peinaba por el modelo de los sellos y las pesetas, y en cuanto al calzado lo usaba fortísimo, blindado. Creía que esto le daba cierto aspecto de noble inglés. «Yo soy muy inglés en todas mis cosas decía con énfasis sobre todo en las botas». «Militaba» en el partido más reaccionario de los que turnaban en el poder.

¡Perro si eso no es verrdad! gritó el tío Frasquito muy apurado . Si yo no te he encubierrto, si tomé los sellos porrque me los diste... Lo cual quiere decir prosiguió Jacobo sin hacerle caso , que si a me apiolan al volver de una esquina, a ti te dan una paliza en cuanto te cojan a mano.

Asustado el tío Frasquito al notar la emoción de Jacobo, no acertaba a decir palabra, temiéndose algo gordo, y comenzó a buscar precipitadamente entre los sellos reales, murmurando aturdido: De Víctorr Manuel erra, me acuerrdo muy bien... Estarrá entre los soberranos de Italia; con un duque de Parrma y un Ferrnando de Nápoles lo puse... Porrque la Italia una, no me pasa; vamos, que no me pasa...

Un día, al volver a casa, me encontré con que habían dejado un bulto para . Era una caja de unos veinte centrímetros en cuadro, muy empaquetada y llena de sellos de lacre. ¿Qué es eso? me dijo mi madre. No . ¿Has pedido algo? Yo, no. Pero, ¿esperas alguna cosa? Ninguna. Desaté el paquete, le quité el papel, y apareció una caja de metal con su asa, y en ésta una llave sujeta por un cordón.

Y apareció al fin, después de mucho revolver, la página 98, llena de sellos reales, y entre uno del último duque de Parma reinante y otro de Fernando de Nápoles, hallaron otra casilla en blanco. Arriba decía: Rey de Cerdeña; debajo: Marqués de Sabadell. Dio entonces Jacobo una puñada en el brazo de la butaca, diciendo con voz sorda: ¡Me has perdido!...

El peinado consistía en un artificioso desorden, y más que con peine, parecía que se lo habían aderezado con una escoba; las puntas del sombrero les tocaban los hombros; las casacas, altísimas de talle, casi barrían el suelo con sus faldones; las botas terminaban en punta; de los bolsillos de su chaleco pendían multitud de dijes y sellos; sus calzones listados se atacaban a la rodilla con un enorme lazo, y para que tales figuras fueran completos mamarrachos, todos llevaban un lente, que durante la conversación acercaban repetidas veces al ojo derecho, cerrando el siniestro, aunque en entrambos tuvieran muy buena vista.

Vivirían en el interior de Madrid, donde no les conociesen. Serían marido y mujer para las gentes que sólo comprenden el amor con documentos y sellos. Más adelante, cuando tuviesen hijos, ya pensarían en el matrimonio. Feliciana, vencida en sus últimos escrúpulos, contestaba afirmativamente a todos los proyectos de su amante.