United States or Saint Helena, Ascension, and Tristan da Cunha ? Vote for the TOP Country of the Week !


Me curaba muy poco de que pudiera llevar en la cara las huellas de la tempestad que aún no se había calmado dentro de ; me era indiferente que mi casi encierro con aquél hubiera o no chocado a los demás tertulianos..., ¡pues podían venírseme con melindres de beata los que me estaban enseñando a pactar con el demonio para venderle la conciencia!

Por fin tropezó con ciertos bohemios que se prestaron a venderle uno valetudinario y sarnoso. Se lo hicieron pagar bastante caro, visto el afán que por él mostraba. Cuando nuestro fisiólogo se encontró a solas en su laboratorio en presencia de aquel ser, su precursor inmediato, sintió emoción indefinible. Un respeto profundísimo se apoderó de su mente.

Diéronle a don Quijote un vestido de monte y a Sancho otro verde, de finísimo paño; pero don Quijote no se le quiso poner, diciendo que otro día había de volver al duro ejercicio de las armas y que no podía llevar consigo guardarropas ni reposterías. Sancho tomó el que le dieron, con intención de venderle en la primera ocasión que pudiese.

Todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios conocí, por espacio de un mes, en ellos. Volvamos agora a que les enseñé el rosario y conté el cuento. Celebraron mucho la traza y recibióle la vieja por su cuenta y razón para venderle. La cual se iba por las casas diciendo que era de una doncella pobre y que se deshacía de él para comer. Y ya tenía para cada cosa su embuste y su trapaza. Lloraba la vieja a cada paso, enclavijaba las manos y suspiraba de lo amargo, llamaba hijos a todos. Traía encima de muy buena camisa, jubón, ropa, saya y manteo, un saco de sayal roto, de un amigo ermitaño que tenía en las cuestas de Alcalá.

22 Jesús le dice: No te digo hasta siete, mas aun hasta setenta veces siete. 23 Por lo cual, el Reino de los cielos es semejante a un hombre rey, que quiso hacer cuentas con sus siervos. 24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25 Mas a éste, no pudiendo pagar, mandó su señor venderle, y a su mujer e hijos, con todo lo que tenía, y pagar.

Un día había entrado en el despacho del negociante más rico de la capital. Señor, que necesita usted novillos para Europa, y vengo á venderle una puntita. El negociante miró con altivez al gaucho pobre. Podía entenderse con uno de sus empleados; él no perdía el tiempo en asuntos pequeños. Pero ante la sonrisa maliciosa del rústico, sintió curiosidad.

Así sucedía no pocas veces en épocas de agitaciones bursátiles, que detrás del corredor que partía a venderle sus títulos, salía por otra puerta un segundo con encargo de hacer el alza; y por la tarde, cuando uno y otro regresaban a dar cuenta de sus operaciones, don Eleazar tomaba la palabra y hablaba en el lenguaje y el acento de un varón santo y convencido: Así es, señor don Tomás, así es; ya que ellos lo han querido, bien empleado les esté. ¡Ya usted sabe, señor, que a no me gusta hacer mal a nadie!

El tío Frasquito comenzó a hacer sobrehumanos esfuerzos para coordinar sus recuerdos... Seguro, segurísimo estaba de que quince días antes estaban allí los tres sellos; habíale enseñado despacio todo el álbum a otro amateur, el barón de Buenos Aires, y no notó hueco alguno... A los pocos días vino un individuo desconocido, recomendado por su camisero, que quería venderle con mucho empeño tres ejemplares curiosos: entonces hojeó otra vez el álbum... Después no le había tocado.

Aunque con esta providencia se les aseguraba a los indios las proporciones de subsistir, quedaban siempre expuestos al riesgo de que los tratantes fuesen los que lograsen el fruto de su trabajo, así en los que les vendiesen como en lo que les comprasen, si no se tomasen otras precauciones: y así, para asegurarlos por todos lados de todo perjuicio, sería muy útil que el comercio de los efectos que se traen de fuera de la provincia corriese en cada pueblo a cargo del factor, y que fuera también de la obligación de éste el abastecer su pueblo de víveres y de cuanto es necesario a la vida y comodidad de los hombres; y del mismo modo había de estar obligado a comprar todos los frutos y efectos que los naturales quisieran venderle, asegurando la equidad, así en las compras como en las ventas, con reglamentos adecuados.

A la mitad de la calle del Arenal comenzó a seguirle un muchacho, empeñado en venderle un décimo de la lotería. ¡Mañana se juega! gritaba.