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De sospecharlo, me hubiera decidido a volver y a casarme con ella, saltando por todo. Llegó la época de entrar en la Maríbeles y de perder hasta el recuerdo de las personas conocidas. Tardamos seis meses en llegar a Manila y estuvimos allí dos. Recogí varias cartas de mi madre, y entre muchas noticias para indiferentes, me comunicaba que la Shele se había casado.

Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero; recogí la indomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los fulgores purpúreos del sol naciente.

Habia unos 3,000 inválidos cuando visité el establecimiento, y se me informó que ademas de esos, que son internos, muchos millares de externos recibian pensiones y servicios del Hospital. Visité detenidamente la capilla, el museo, el refectorio, las cocinas y despensas y tres de los dormitorios en los dos grandes edificios principales, y en todos esos sitios recogí las mas gratas impresiones.

Dieron las seis, recogí algunos papeles que tenía yo en el cajón de la mesa, las gracias a Castro Pérez por sus bondades para conmigo, y me lancé a la calle. Aquellos veinte días fueron muy amargos para . ¡Más de medio mes sin ganar un peso!

Yo te recogí, curé tus heridas, y desde entonces no me has abandonado. Cuando los graciosos del regimiento se burlaban de , y me llamaban cura-perros, venías a lamerme la mano que te salvó, como queriendo decirme: 'los perros son agradecidos'. ¡Oh Dios mío! Yo amaba a mis semejantes.

Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.

Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.

Mi madre nunca quiso dejármelo leer. La pobre adivinaba que su lectura acabaría con mi tranquilidad, haciéndome infeliz por todo el resto de mis años. Al morir ella lo recogí como única herencia, y sin saber por qué, á impulsos de un confuso instinto, no quise enseñárselo al profesor Flimnap.

E impacientemente, rompió los sellos y sacó una gran hoja de papel escrita con letra muy junta, a la cual estaban ligados con un broche varios otros papeles. También cayó algo más del sobre, que yo recogí, y con gran sorpresa me encontré con que era una instantánea muy gastada y rajada, pero que se conservaba por estar adherida a un pedazo de lienzo.

En el breve Prólogo impreso a la cabeza de la presente edición me dejé decir que tenía preparado un largo escrito sobre el origen e intención de esta obra, los elementos históricos de que dispuse, y los datos y anécdotas que recogí, comprendiendo además algunos desahogos sobre la novela española contemporánea.