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Los fuertes deben aplastar á los débiles: los débiles deben apelar á la astucia y la maldad para salvarse de los fuertes. A nadie hemos pedido venir al mundo, y nadie nos exigirá cuentas cuando volvamos á confundirnos con la tierra.

Vivía en una de las casas inmediatas al teatro Real, que sirven de alojamiento a los artistas. Tenía prisa; había de comer con aquel joven de la embajada y dos críticos musicales cuya presentación le había anunciado. ¿Y yo, Leonora? ¿No nos veremos más? me dejarás en la puerta, y ¡hasta que volvamos a encontrarnos! Quédate unos días.

Si sucede tal cosa, ven a calentarte al fuego de algún habitante de la montaña, y volvamos a la aldea de Gèdres, mitad francesa, mitad española, donde seguramente almorzaremos con algún contrabandista.

Agora á Melgarejo con su gente Volvamos: como supo que pasado Habia Juan Ortiz, muy prestamente La vuelta el Argentino se ha tornado: El caso se le cuenta en San Vicente Por los que del patax han arribado, Con él vienen algunos de su hecho, Pretendiendo sacar algun provecho.

Para pasearse por aquellos sitios han de elegirse los días nublados, húmedos y apacibles, ó bien levantarse temprano, á la hora del fresco matutino; cuando el tomillo conserva aún un poco de rocío, cuando el ágil conejo corre errante por los campos dando saltos y tumbos. Pero ya es hora de que volvamos á nuestro Océano.

Cuando Churruca se marchó, Doña Flora y mi amo hicieron de él grandes elogios, encomiando sobre todo su expedición a la América Meridional, para hacer el mapa de aquellos mares. Según les decir, los méritos de Churruca como sabio y como marino eran tantos, que el mismo Napoleón le hizo un precioso regalo y le colmó de atenciones. Pero dejemos al marino y volvamos a Doña Flora.

No vengo más que a pedirte un favor, y si te cuento esa historia es con el fin de que a la amistad inquebrantable que existe entre nosotros y que debe moverte a prestarme ayuda se sume el deseo de reparar ciertos agravios. Muy bien; pero volvamos a Florencia. ¿Florencia se llamaba? preguntó Felipe. No lo sabía yo. Me gusta mucho ese nombre, casi tanto como me gustaba ella.

Los platos 20 de sopa estaban en el suelo, porque los osos no emplean mesas. Vamos a dar un paseo, dijo el oso grande; y cuando volvamos podemos tomar la sopa. Los osos tenían hambre, mucha hambre, pero eran muy pacientes y salieron todos a dar un paseo por el bosque; primero 25 el oso grande, después el oso mediano y por último el oso pequeño. Poco después entró una niña en el bosque.

Volvamos, sin embargo, á tratar del hombre que merece mención expresa por haber sido el primer autor dramático de alguna importancia, aunque todavía apenas se descubran en sus obras los grandes dotes de los que le sucedieron. Juan del Encina nació hacia el año de 1469 en Salamanca ó sus cercanías, y acabó sus primeros estudios en dicha ciudad.

Usted las encontraba enfáticas y exageradas, y ahora las echa de menos. ¡He ahí lo que son las mujeres! Sea; somos variables, y es difícil contentarnos; ya ve usted, me adelanto a sus reproches. Pero volvamos al asunto que yo quería abordar ante este cielo lúgubre. Razón tengo en inquietarme, pues me anuncia una conversación en armonía con el tiempo, y reconoce que es lúgubre.