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El inmenso disco, semejante a una sombrilla japonesa a la cual se hubiera quitado la convexidad, daba vueltas sobre su eje pausada o rápidamente, según la fuerza del aire.

No ha venido el coche dijo aquélla Vamos a sentarnos un rato, que ya no tardará. Y se puso a hacer dibujos en la arena con el palo de la sombrilla. La vieja miraba al aire, como quien piensa en las musarañas.

El mismo día que ocurrió esta conversación, la banda de invitados fue a visitar cierta estación termal próxima a los Genets. ¿Cómo vamos? díjole la vizcondesa, haciéndole con su sombrilla señas de que se acercase . Tengo que hablar a usted. Escuchar es obedecer respondió Pedro alegremente.

Los demás volvían también la cabeza y murmuraban: « ¡Precioso! ¡preciosoInmediatamente todos anudaban su cuchicheo interesante, empezando por la señora de la casa: « El sombrero malva, el vestido malva, la sombrilla malva, el forro del coche malva...» La pianista animada por los elogios ponía el alma y la vida en la interpretación de Les premieres feuilles du printemps.

La señorita Guichard avanzó hacia él atrevida, amenazadora y llegada ante el lienzo, con la cabeza trastornada por la cólera, los labios apretados para no estallar en injurias, levantó su sombrilla con actitud furiosa é iba á golpear á su enemigo cuando una mano la detuvo, al mismo tiempo que una voz decía: Pero, señora, ¿qué hace usted?

¡Mírala que guapa está! dice Martín tirando a Juan de la manga. En el mismo momento descubre ella a los dos hermanos y ¡al diablo los modales estudiados! se levanta en el carruaje, agita la sombrilla con una mano y el pañuelo con la otra, ríe con abandono, y con la punta de su sombrilla da en la espalda al cochero para que ande más de prisa.

En la plazoleta, frente a la cerrada casa, correteaban las gallinas. Rafael, abrumado por el esfuerzo de aquella confesión, en la que daba curso a las angustias y ensueños de muchos meses, se apoyó en el tronco de un viejo naranjo. Leonora estaba frente a él escuchándole con la cabeza baja, rayando el suelo con la contera de su roja sombrilla.

Huyó sudoroso de este invernáculo, y otra vez le llevó el automóvil a la Avenida como si diese por agotadas las novedades de la ciudad. El chófer hablaba de los hermosos alrededores, se ofrecía para llevarle a Tijuca, ponderando la maravillosa frondosidad de sus bosques. En la terraza de un café se agitó una sombrilla con movimientos de saludo.

Y así aprendió Nieves a andar sola por aquellas alturas, y a alargar los paseos, tan descuidada y contenta, hasta cerca del pinar, por una parte, y hasta el Miradorio y aun hasta el muelle por otra, con la sombrilla al hombro y el libro o los avíos de dibujar en la mano, durante las primeras horas de la mañana.

La estrechez del sendero no les permitía caminar de dos en dos. Lili llevaba su manta o gabancito azul con las iniciales de su ama. Sofía apoyaba en su hombro el palo de la sombrilla, y Teodoro llevaba en la misma postura su bastón, con el sombrero en la punta. Gustaba mucho de pasear con la deforme cabeza al aire.