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La rizosa y poblada barba, la nariz aguileña y pesada y sus ojos negros de bohemio, dábanle gran prestigio entre las gentes del campo, porque las hacía recordar la cara adorada de su ídolo. ¡Se le parece al señor!... murmuraban. Tiene toda la cara de don Carlos.

Tal vez murmuramos, como murmuraban los israelitas en el desierto porque no llegaban a ver la Tierra Prometida; y eso que el Maná y las codornices que les daba su Moisés no costaban nada, y los millones que nos da nuestro Moisés cuestan mucho. En fin, sea como sea, yo me atrevo a publicar esta endiablada Meditación.

Los más amigos del novelista, todavía más conocedores que él de su propia fuerza, murmuraban siempre en sus oídos un más allá, y no le dejaban adormecerse con los halagos de la muchedumbre de los lectores, cuyo criterio estético se reduce a admirar lo que está más cerca de sus gustos y propensiones.

Pero aunque Velázquez se esforzase en ocultarlo y Soledad nada hiciese para ponerlo de manifiesto, el cambio operado en sus relaciones no era ya un secreto para nadie. Los amigos murmuraban, se hacían guiños cuando observaban algún signo de sumisión, se comunicaban sonriendo los descubrimientos que iban haciendo.

Su padre había suministrado el dinero: pero ella la actividad, el gusto, el artificio. Escuchaba las enhorabuenas que todos al paso la murmuraban, mecida en una embriagadora satisfacción del amor propio. La felicidad le hizo pensar en el amor, su complemento indispensable.

Las mujeres admiraban la pequeñez de sus pies montados en altos tacones y el brillo de la abultada masa de sus cabellos, echada atrás y tan unida como un bloque de laca. Esta «águila» bailarina, que se hacía mantener por sus parejas, según murmuraban los envidiosos de su gloria, se vió aceptada por la mujer de Torrebianca, y los dos empezaron á danzar.

Murmuraban en su alma las sensaciones de aquellos días, y la asaltó el escrúpulo de que se juntaban a la unción de su espíritu vestigios profanos. Cerró entonces los ojos, apoyó la frente en los pies de la imagen. Algo, poco a poco, la enajenaba, algo que ya no era sensación ni sentimiento, sus ideas se perdían hacia un fondo de claridad interior, infinita; un vago canto la transportó.

5 Porque podía esto ser vendido por más de trescientos denarios, y darse a los pobres. Y murmuraban contra ella. 6 Mas Jesús dijo: Dejadla; ¿por qué la fatigáis? Buena obra me ha hecho; 8 Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura.

Esta decision de sacrificar el amor en aras de la dignidad, la conciencia de sufrir cumpliendo con el deber no impedían que una profunda melancolía se apoderase de Isagani y le hiciese pensar en los hermosos días y noches más hermosas todavía, en que se murmuraban dulces necedades al traves de las rejas floridas del entresuelo, necedades que para el joven tenían tal caracter de seriedad é importancia que le parecían las únicas dignas de merecer la atencion del más elevado entendimiento humano.

Sus labios murmuraban el consuetudinario rezo nocturno: «Un Padrenuestro por el alma de mamá...». Oyéronse en el corredor pisadas recias, crujir de botas flamantes, y la puerta se abrió. Tomo II