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Actualizado: 27 de junio de 2025


¿Sabes que es un garrote tremendo ese que llevas? No es malo, señorita, pero lo que importa es manejarlo bien cuando llegue el caso. Dámelo, y toma. Yo llevaré el palo y la sombrilla, que no me hace falta. Y empezó á caminar apoyándose en él con mucho donaire. Al cabo de un rato dijo con gesto de fatiga: Mira... Llévalo , que no puedo.

Aquí no estaba á la sazón más que una hermosa mujer que charlaba por los codos y marchaba sin compás, unas veces á brincos y otras arrastrando los pies, bajándose á lo mejor para tomar una piedra y arrojarla al río, ó pegando golpecitos con la sombrilla en las ramas de los árboles. Pronto divisaron la casa solariega de los Estrada encima de la carretera como á unas cien varas.

Ese librote es, como el abanico, como la sombrilla, como la tarjeta, un mueble enteramente de uso de señora, y una elegante sin álbum sería ya en el día un cuerpo sin alma, un río sin agua, en una palabra, una especie de Manzanares.

Esperó algún tiempo para disimular, y al cabo se apartó con lento paso, arrastrando la sombrilla, como quien no sabe adónde enderezarse. En efecto, no lo sabía. Pero no por falta de objetivo, sino porque ignoraba dónde estuviera éste. Una idea cruel flotaba en su cerebro sin determinarse con claridad; la de que Luis pudiera hallarse a solas en aquel momento con Amalia.

Eran iguales á los palacios de Oriente: obscuras y tristes en los muros exteriores; deslumbrantes en su interior, como un lago de nácar. Algunos recibían nombres terrestres, por la forma especial de su concha: la liebre, el casco, el cuerno de Tritón, el tonel, la sombrilla mediterránea.

Por todo arreo llevaba Nieves una túnica lisa de color de barquillo, muy ajustada al airoso talle, y un sombrerito de paja del tono del vestido, de los guantes y de la sombrilla; y por todo adorno del traje, dos toques o notas verde mar: una en el sombrero y otra en la cintura.

Mas como su peculio no bastase para atender a tan numerosas caridades, diose traza para obtener dinero de su padre valiéndose de mil ardides inocentes; un día pidiéndole para una sombrilla, otro para un reloj, otro para un estuche de costura, etcétera. Tanto fue lo que abusó, no obstante, que don Mariano sospechó la verdad y señaló un límite a sus larguezas.

Para Nieves, la garrulidad de Rufita era de una novedad asombrosa: estaba como fascinada escuchándola; pero más fascinada todavía viendo la multitud de cosas que movía a un tiempo: la lengua, la cabeza, los ojos, el abanico, la sombrilla, los pies y las asentaderas.

También ahora tiene los ojos abiertos sobre la cabeza gentil de Carmen; pero la niña no juega ni borda en el salón; está en el jardín, hundiendo distraídamente la contera de su sombrilla en las hojas secas amontonadas por los senderos. El ábrego ha saltado brioso al amanecer, y ha despojado a los árboles de sus últimas galas, ya mustias.

A su lado, una mujerona chata, de desbordantes grasas, sentada en un taburete, se cubría de, los rayos del sol con una sombrilla roja, de encajes, cuya riqueza contrastaba con la mugre de sus ropas. Isidro no la prestó atención. Conocía las debilidades del Ingeniero. Aquélla sería la favorita del momento.

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