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Actualizado: 27 de junio de 2025


Necesitaba comprar algo, poca cosa... Pero con el tiempo..., cuando ella saliera de su destierro social, ¡qué gusto ir de tienda en tienda, mirar todo, escoger, esto tomo, esto dejo, pagar, mandar llevar a casa el objeto comprado, volver al día siguiente...! Entró en una tienda de paraguas a comprar una sombrilla. ¡Le pareció tan barata!... Todo era barato.

Quizá esto fue motivo de que la turbada forastera, después de dudar un momento, dejase al lado de la puerta, plantada en el polvo, su llamativa sombrilla abierta, y se sentara en el extremo opuesto de un banco inconmensurable. Su voz, al comenzar, era ronca. Me han dicho que se va usted mañana a la bahía, y no podía dejarla marchar sin venir a darle las gracias por su bondad para con mi Tomasito.

Y ¿por qué había de reírme? observó Nieves apartando con la contera de su sombrilla cerrada algunas pedrezuelas del suelo que no estorbaban a nadie. Por lo que pudiera hallar usted de... inocentada en el caso, es un suponer respondió Leto con entera sinceridad; y enseguida añadió : de todas maneras, ahí está el clavel.

A las once de la mañana, precisamente en el instante en que esa hora sonaba en la torre de la Colegiata, se sentaban en el estrado de Peleches Rufita González y su madre, las «parientas» de la casa, con todos los útiles de visitar encima: guantes, abanico, sombrilla y tarjetero, y los trapos mejores del baúl.

Entonces un ángel descendió del Cielo y le dijo: Que tu deseo sea satisfecho. Y el hombre fue rico, y reposaba en blando lecho, provisto 10 de cortinas de seda roja. Pero he aquí que el Rey de aquel país llega en su magnífica carroza, precedido y seguido de lujosos caballeros y rodeado de servidores que sostienen una sombrilla de oro sobre su cabeza.

La señora Chermidy, concibió, acarició, debatió y rechazó la idea de un crimen mientras cerraba la sombrilla y saludaba a Germana, que no la conocía. Germana la acogió con esa gracia y esa cordialidad que es privativa de los venturosos en el mundo. La visita de una desconocida no tenía para ella nada de sorprendente.

El rico se sintió entristecido por este espectáculo y dijo 15 suspirando: ¡Oh, si yo pudiera ser rey! Y el ángel descendió del Cielo, y le dijo: ¡Que tu deseo sea satisfecho! El hombre fue Rey y se paseaba en una magnífica carroza 20 precedida y seguida de lujosos caballeros, y le rodeaban servidores que sostenían sobre su cabeza la sombrilla de oro.

Blandía con furor la sombrilla cual si fuese la lanza de las hijas de Wotan, y varias veces apuntó con ella a los ojos de Rafael como si quisiera sacárselos. El joven parecía abatido por su esfuerzo, avergonzado de su brutalidad, inerte en el suelo, sin protesta, como si deseara no levantarse jamás; morir bajo aquel pie que le asfixiaba iracundo.

Los del coche habían recobrado el habla al verse fuera de peligro y chillaban todos al mismo tiempo, comentando el suceso, sin acordarse ninguno de dar gracias a Dios, que les había arrancado de las garras de la muerte con un verdadero prodigio; tan sólo Kate, la doncella inglesa, encogida en un rincón, blanca cual un papel todavía, con las manos cruzadas, cerrados los ojos, inclinada la cabeza, parecía rezar entre dientes... Echaron entonces de menos a Diógenes y viéronle venir a lo lejos, seguido de Tom Sickles y el prusiano, que traía la sombrilla encarnada causa del percance.

Una graciosa sonrisa bajo la sombrilla rosa; un saludo militar bajo la sombrilla blanca, y el carruaje desaparece en una nube de polvo. Carlos vuelve al saloncillo, y le parece obscuro, vacío y frío. Y, sin embargo, la tía Liette sigue allí, en su butaca.

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