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Su espíritu observador notó en la iglesia un filón menos obscuro y triste que el de las cuevas de allá abajo. «El cura no trabajaba y era más rico que su padre y los demás cavadores de las minas. Si ella fuera hombre no pararía hasta hacerse cura.

San Vicente, notable para , por ser el primer sitio del mundo donde lo que llaman esclavos, seres desgraciados tan dignos como el primer hombre libre, es un miserable lugar que cuenta solo una docena de casas: allí tiene la Empresa de los vapores depósito de carbon de piedra: esta es la causa de detenerse en semejante sitio, de otro modo nadie se pararia.

Y como en esto alumbraba el sol ya muy a menudo, volvió la mujer gris a hacer de las suyas y a preguntarme a cada paso con sus ojos angustiados, por no atreverse a hacerlo de palabra, en qué pararía la noche menos pensada lo que había quedado pendiente en la de la muerte de su amo.

El tren pararía media legua antes de Piedrasblancas, ¡pero cuidado con bajarse en seguida! ¡Mucho cuidado! Pierda usted cuidado. En efecto, al poco rato el tren detuvo un instante su marcha; sólo el tiempo necesario para que marido y mujer dijesen a Andrés: Buenas tardes, caballero, feliz viaje y se bajasen con la premura que les consentía la pesadumbre de sus cuerpos.

Era mucho engordar el suyo; y lo peor de todo, que no podía saber cuándo ni en qué pararía aquella marea de grasa, porque el apetito iba también en auge, y más bravo se le ponía cuanto más alimento se le daba. Por de pronto nada le dolía; y fuera de no poder calzarse, ni vestirse, ni acostarse por sola, andaba como un reló.

Hubo una pausa larga, durante la cual Tomás ardía en curiosidad de saber en qué pararía aquello, aunque lo disimulaba perfectamente.

Liberal antiguo, gran admirador de Martínez de la Rosa por sus versos y por la elegancia diplomática de sus corbatas, torcía el gesto al leer los periódicos y las cartas de su hijo. ¿En qué pararía todo aquello?... En el corto período de la República volvió el padre a la isla, dando por terminada su carrera. «La Papisa Juana», a pesar del parentesco, fingía no conocerle.

Finalmente, la moza parecía bien a todos, y ninguno la conoció de cuantos la vieron, y los naturales del lugar dijeron que no podían pensar quién fuese, y los consabidores de las burlas que se habían de hacer a Sancho fueron los que más se admiraron, porque aquel suceso y hallazgo no venía ordenado por ellos; y así, estaban dudosos, esperando en qué pararía el caso.

Cada peldaño tenía su historia, y la pollería y el cuarto entresuelo y después el segundo tenían ese revestimiento de una capa espiritual que es propio de los lugares consagrados por la religión o por la vida. «¡Las vueltas del mundo! decía dando las de la escalera y venciendo con fatiga los peldaños . ¡Quién me había de decir que pararía aquí otra vez!... Ahora es cuando conozco que, aunque poco, algo se me ha pegado el señorío.

¡Mal rayo! prosiguió escupiendo por el colmillo como un gitano de pura sangre. ¿Sabes, niño, lo que yo haría en tu caso el día que la tía Jeroma cerrase el ojo?... Pues metería en un cinto esa gran calceta de peluconas que tiene guardada, compraría un jaco extremeño y no pararía hasta dar vista á la Giralda.