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¡Parece la princesa Micomicona! dijo Lola Amézaga, que aquella mañana no se había pasado menos de dos horas al espejo, ensayando el regio modo de andar de la sueca. ¡Qué empaque! observó Luisa Natal . No, buena moza, ya lo es. ¡Cuidado con el talle! ¡Y qué manos! ¿No se las habéis reparado?

Allí concurrían y se congregaban todos los astros hembras del firmamento de Vichy, y allí encontraba Pilar reunida a la escasa, pero brillante colonia hispano americana; las de Amézaga, Luisa Natal, la condesa de Monteros: y se formaba una especie de núcleo español, si no el más numeroso, tampoco el menos animado y alegre.

Trababan conversación, y las de Amézaga hablaban como con pereza y desdén, mirando al cielo o a los transeúntes, e hiriendo la arena con el cuento de las sombrillas.

El grupo se estrechó: acercáronse unos a otros los sillones, y por un instante se oyó el cadencioso chirriar de las ruedas sobre el piso. Anteayer... siguió Amalia Amézaga en tono algo más bajo fue ésta al tiro de pistola.... ¿Tiras ahora? preguntaron a un tiempo Pilar y Luisa Natal.

Mira, estoy loca de contenta... y si quisieras.... ¿eh? Di que . Si quisiese.... ¿Se te antoja algo más? No, hijita, basta por hoy, basta. No, nada de compras... pero esta noche... quería ir al concierto a lucir el espejo... mira , ni las de Amézaga ni esa jamona de Luisa Natal lo tienen... ni sabían que en Vichy lo hubiese... van a quedarse de una pieza... anda, Periquín; que , ¿verdad?

Brotó entonces del grupo de inglesas ese enérgico silbido que en todos los idiomas significa: «¡Silencio!: cállense ustedes, y oigan, o dejen oír siquieraLas españolas se dieron al codo, y prosiguieron impertérritas con sus cuchicheos. ¿No veis aquello? decía Lola Amézaga. ¿El qué... el qué... el qué? preguntaron todas. ¿Qué ha de ser?, Albares.

A veces se aparecían también, a guisa de sorprendentes cometas, las ricas cubanas de Amézaga, con sus sombreros extraordinarios, sus sombrillas monumentales y sus atavíos caprichosos, destilados siempre a la quinta esencia de la moda. Pilar las distinguía de cien leguas, por sus famosos sombreros, imposibles de confundir con otro tocado alguno.

Su voz algo aflautada sólo rendía el pabellón ante el ceceo cubano de la Amézaga capitana. Oigamos el concertante. Pues éste lo compré hoy decía Lola remangando desenfadadamente la manga de su vestido de muselina rosa con lazos de raso granate obscuro, y enseñando un brazalete de cuyo aro pendía un cochinillo retorcido de rabo y potente de lomo, ejecutado en fino esmalte.

No se veían sino dijes y prendas graciosas abandonadas sobre sillas y mesas; sombrillas largas, de seda, muy recamadas de cordoncillo de oro; cabás y estuches de labor, ya de cuero de Rusia, ya de paja con moños y borlas de estambre; aquí un chal de encaje, allí un pañuelo de batista; acá un ramo de flores que agoniza exhalando su esencia más deliciosa; acullá un velito de moteado tul, y encima las horquillas que sirven para prenderle.... El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén.

¡Qué horror! exclamaba la anémica dando un grito . Si me viesen las de Amézaga.... ¡ellas, que nunca van sino en charabán o en milor! Dirigíanse las dos amigas, ya hacia la Montaña Verde, ya hacia el camino de las Señoras o hacia el manantial intermitente de Vesse. La Montaña Verde es el punto más elevado de las inmediaciones de Vichy.