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¿Y se sabe por fin si la sueca es hija o mujer de ese barón de... de... nunca puedo acordarme de su nombre... vamos, de ese viejo que anda con ella? interrogó la condesa, entrando por fin en la corriente de curiosidad que la arrastraba, a pesar de su digna actitud.

Mas si esperaba el duque algún fruto de acechar así por los cristales, cayole la pascua en viernes, porque la sueca, después de haber tocado con gran sosiego y maestría hasta media docena de mazurcas, se levantó con no menor majestad de la desplegada al entrar, y sin volver el rostro, tomó hacia la puerta.

Pues... siguió Amalia, viéndose religiosamente escuchada allí estaban Jiménez y el marquesito de Cañahejas, y Monsieur Anatole... y todos leían y comentaban un suelto del Fígaro, en que se refería la sensación causada en una de las estaciones termales más elegantes de Francia y de Europa, por el loco amor de un magnate español a una dama sueca....

¿Ella? repuso Lola . ¡Ah!, todas las noches, al recibir el ramo, le contesta lo mismo, invariablemente: Jrasiás, señor duque, trop amable. Redoblaron las carcajadas. Hasta la condesa se sonreía, con el abanico abierto delante por decoro. ¡Chist! pronunció Luisa Natal . ¡Ahí viene! ¡La sueca! exclamó Pilar. Todas volvieron el rostro, en extremo conmovidas.

Juanito Albares, como le llamaba amistosamente Perico, era duque, grande de España dos o tres veces, marqués y conde no cuántas; dato que es muy digno de ser tenido en cuenta por los biógrafos del elegante Gonzalvo. ¿Dónde tiene usted los ojos, hombre? exclamó Lucía con su franqueza castellana . ¡Valor se necesita para decir eso!, es hermosísima la sueca; en cualquier parte, emboba a la gente.

Sea, pues, más cauto en lo sucesivo el ilustre diplomático, si no quiere que se haga sobre su persona la reflexión que sobre el embajador polaco hacía Carlos V». Villamelón y Currita leyeron cada uno por su parte todas estas noticias y guardáronse muy bien de comunicarse mutuamente sus impresiones, pareciéndole a ella más prudente hacerse la sueca y a él más fácil hacerse el desentendido.

Respuestas cortas e indolentes «hija, qué quieres»; y «estuvo magnífico», «gente, como nunca»; «pues ya se ve que estaba la sueca»; «raso crema y granadina heliotropo combinados»; «como siempre, dedicadísimo a ella»; «, , calor»; «vaya, me alegro que lo pases bien, hija»; contestaban a las afanosas preguntas de Pilar.

¡Parece la princesa Micomicona! dijo Lola Amézaga, que aquella mañana no se había pasado menos de dos horas al espejo, ensayando el regio modo de andar de la sueca. ¡Qué empaque! observó Luisa Natal . No, buena moza, ya lo es. ¡Cuidado con el talle! ¡Y qué manos! ¿No se las habéis reparado?

Uno tiene más verde, y es como una selva de recreo, con su casa sueca de pino, llenas de flores las ventanas, a la orilla de un lago; y la isba de puerta bordada y techo de picos en que vive el labrador ruso; y la casa linda de madera, con ventanas de triángulo, en que pasa los meses de nevada el finlandés, enseñando a sus hijos a pintar y a pensar, a amar a los poetas de Finlandia, y a componer el arpón de la pesca y el trineo de la cacería, mientras talla el abuelo el granito como ópalo, o saca botes y figuras de una rama seca, y las mujeres de gorro alto y delantal tejen su encaje fino, junto a la chimenea de madera labrada.

Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca.