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Junto a él estaba el llamado Teneyro, diputado también, cura de Algeciras, hombre con pretensiones y fama de gracioso, aunque más que a la agudeza de los conceptos, debía esta al ceceo con que hablaba; de cuerpo mezquino, de ideas estrafalarias, tan pronto demagogo furibundo, como absolutista rabioso; sin instrucción, sin principios ni más conocimientos que los del toque del órgano, cuyo arte medianamente poseía.

Su rostro, algo moreno y nada correcto en sus rasgos, tenía, sin embargo, esa móvil belleza que da la expresión y viene a ser, con respecto a la fisonomía, lo que el colorido con respecto al dibujo: belleza más bien moral que física, que se escapa siempre al pincel, y constituía el principal encanto de aquella señora, dotada de cierta viveza natural que no le quitaba señorío; cierta gracia espontánea y cariñosa que, unida a un ligerísimo ceceo, acusaban su procedencia andaluza.

Torrebianca sólo la encontraba defectos cuando vivía lejos de ella. Al volverla á ver, un sentimiento de admiración le dominaba inmediatamente, haciéndole aceptar todo lo que ella exigiese. Saludó Elena con una sonrisa, y él sonrió igualmente. Luego puso ella los brazos en sus hombros y le besó, hablándole con un ceceo de niña, que era para su marido el anuncio de alguna nueva petición.

Le acompañaba para que conociese los lugares más elegantes, á la hora del ó por la noche, después de la comida. La expresión maligna y pueril á un mismo tiempo de sus ojos imperturbables y el ceceo infantil con que pronunciaba á veces sus palabras hacían gran efecto en el colonizador. Es una niña se dijo muchas veces ; su marido no se equivoca.

El ex-castrense se llamaba Quevedo y era del propio Perchel, feo como un susto, picado de viruelas, de mirada aviesa y con una cara de secuestrador, que daría espanto al infeliz que se la encontrase en mitad de un camino solitario. Bebía aguardiente aquel clérigo como si fuera agua, y su lenguaje era un ceceo con gargarismos.

Por eso me da rabia... contestó la muchacha pálida, que hablaba con cierto ceceo, propio de los puertecitos de mar en la provincia de Marineda. Sal un poco, mujer... vente conmigo. Hoy... ¡quién puede! Hay un encargo... diez y seis varas de puntilla para una señora del barrio de Arriba.... El martes se han de entregar sin falta.

Ya se sabía: hablar Teneyro y alborotarse el pueblo soberano, eran una misma cosa. ¡Y qué ceceo el suyo, qué ademanes tan graciosos, qué ira olímpica para apostrofar a las tribunas, qué lastimoso gesto, qué cruzar de brazos, qué arrugada cara, qué singular donaire para decir disparates, ya abogando por la Inquisición, ya por una soberanía popular a la moda, representada por una especie de concilio de párrocos y guerrilleros!

Al cabo el viejo le dejó libre y, echando atrás dos pasos y dirigiéndose á los concurrentes con su voz ronca y su ceceo de andaluz cerrado, exclamó: ¡Miren ustedes á ése! ¡mírenlo ustedes bien!... ¿Á que no saben ustedes lo que ha hecho?

, mucho, mucho... ceceó rápidamente Gonzalvo, que solía al pronunciar comerse dos o tres letras de cada palabra, repitiendo en cambio la palabra misma dos o tres veces, lo que hacía galimatías peregrino, sobre todo cuando hablaba colérico, barajando o suprimiendo vocablos enteros: Mucho, mucho prosiguió . En todas partes, hombre, en todas partes, me lo encontraba en Madrid.... Fue una temporada del, ¿cómo se llama?, del Veloz Club, del Veloz Club, y estaba abonado con nosotros, con los muchachos, a ése, vamos... a Apolo, a Apolo.

Su voz algo aflautada sólo rendía el pabellón ante el ceceo cubano de la Amézaga capitana. Oigamos el concertante. Pues éste lo compré hoy decía Lola remangando desenfadadamente la manga de su vestido de muselina rosa con lazos de raso granate obscuro, y enseñando un brazalete de cuyo aro pendía un cochinillo retorcido de rabo y potente de lomo, ejecutado en fino esmalte.